Junto con las futuras olas de contagios de la covid-19, la OMS y la ONU esperan la llegada de problemas de salud mental que impactará especialmente en el personal sanitario. La clave para reducir este daño, según el director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Gregorio Marañón, es flexibilizar la atención psicológica, acercar los recursos y velar por una atención primaria sin colapsos.
Para la salud mental de los sanitarios, la primera ola de la pandemia afectó como si de un atentado terrorista se tratase. La principal diferencia es que el estrés ha sido igual de intenso pero mucho más prolongado, sumado a la incertidumbre que supone una enfermedad para la que no hay tratamiento y con un pronóstico difícil de predecir.
Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, realizó en el Congreso Nacional covid-19 una ponencia sobre el estado psicológico del personal sanitario durante la pandemia. Esta población ha vivido el coronavirus en primera línea, con un reconocimiento social muy bien valorado y con una carga de trabajo que los llevaba hasta la extenuación. Los factores de riesgo, los síntomas y las preocupaciones son muy diferentes a los de la población general, tal y como recoge el metanálisis publicado en el Journal of Affective Disorders del que Arango es coautor y recoge datos de más de 24.000 sanitarios en esta pandemia y en las epidemias de SARS de 2001 y MERS de 2012.
¿Qué diferencias encontramos entre los problemas de salud mental de la población general y del personal sanitario en la pandemia?
Hemos tenido la oportunidad de verlas en directo en un hospital como el nuestro [Gregorio Marañón] con 8.000 trabajadores y un número importante de personas que han sufrido estrés de forma continuada, bastante intenso, que ha producido sintomatología de salud mental. Hemos puesto en marcha un programa con grupos de descarga emocional para evitar que se lleve a casa estos sentimientos y una consulta específica para el seguimiento y tratamiento del personal sanitario que ya tiene síntomas o trastornos por esta situación.
También pudimos hacer un metanálisis y una revisión sistemática de todas las publicaciones de la literatura científica sobre el efecto psicológico que ha tenido esta pandemia en los profesionales sanitarios, y hemos visto que, a escala mundial, más de un 65 % muestra una preocupación por su salud mental, hasta un 40 % tiene síntomas de trastorno de estrés postraumático y más de un 30 % tiene síntomas de depresión, ansiedad y trastornos del sueño.
En el personal sanitario, ¿cuáles son los principales factores de riesgo que pueden derivar en un impacto emocional fuerte o incluso en una enfermedad mental?
Es fundamental el factor estresante, que tiene dos variables fundamentales: una es la intensidad y otra es el tiempo. En el caso de la pandemia, se da un factor estresante muy intenso, como los atentados terroristas, pero que se ha prolongado durante muchísimo tiempo. Esto hace que cualquier persona pueda sufrir las consecuencias en lo que respecta a salud mental en la pandemia.
Se han dado también circunstancias especiales, como personas practicando una medicina alejada de su especialidad. Nosotros hemos sufrido distanciamiento físico con los pacientes, esa falta de humanización en el trato por no tener tiempo y por el miedo a la infección… Vemos a los pacientes sufrir con ese distanciamiento de sus familiares, incluso ya fallecidos.
¿Estaban mentalmente preparados para esto? ¿Se han llegado a acostumbrar?
El médico está muy acostumbrado a la alarma, a las noticias y a resignarse con que hay veces que no puede hacer nada. Pero a lo que no estamos tan acostumbrados es a enfrentarnos a un factor etiológico desconocido que no tiene tratamiento; a ser incapaces de predecir el pronóstico, que de repente haya pacientes que vayan muy mal sin saber por qué; a ver cómo se muere gente porque hay que seleccionar quién tiene acceso a recursos como una cama de UCI y quién no... Todo eso va minando el aspecto emocional de la persona y va generando sentimientos de culpa y malestar, sensación de frustración y, cuando todo eso se prolonga en el tiempo, hace que los factores de riesgo sean altos.
El personal sanitario que ha tenido más problemas a la hora de tomar decisiones vitales son los que vienen de oftalmología y pediatría, no los que ya trabajaban en las UCI. Han estado desarrollando una labor para la que no tienen un entrenamiento previo.
Independientemente de la ola en la que nos encontremos de contagios, actualmente la segunda, menciona usted que las sociedades científicas de salud mental consideran que tarde o temprano vamos a estar ante una ola de salud mental. ¿Exactamente a qué nos referimos con esto?
Eso lo dicen la OMS y la ONU, efectivamente. Nosotros sabemos por antecedentes previos que, independientemente de la pandemia, la crisis económica y el desarraigo social van a traer consecuencias en salud mental. Lo vivimos en el año 2008-2009 con la crisis económica, con un 20 % de incremento de trastornos de ansiedad, depresión…
Si a eso añadimos los trastornos producidos por el propio virus en los infectados, los trastornos producidos en sus familiares —por ejemplo en aquellos que no pudieron despedirse de los fallecidos, ese duelo es complicado—, los trastornos mentales en población sanitaria y los problemas secundarios al confinamiento —y todas las derivadas que tiene, aunque no sean económicas—, todo ello hace que haya una tormenta perfecta para una oleada de trastornos mentales. Eso es algo que es fácil de predecir en función de los factores de riesgo aumentados.
¿Hay ya literatura sobre efectos psicológicos de la covid-19 en la población?
Sí hay. De hecho nosotros tenemos publicado ya algún artículo. Hace dos semanas publicamos en The Lancet Psychiatry un estudio en el que hablamos de un cuadro con sintomatología depresiva en personas que se han infectado que ya están curadas. Es una especie de cansancio psíquico, de venirse abajo, de apatía, de abulia, de falta de motivación, de desgana, que puede durar semanas y meses. Es muy similar a un cuadro depresivo en estos pacientes que ya lo han pasado y quedan con esa sensación de motivación.
Luego también hay pacientes que han sido afectados más gravemente, sobre todo en aquellos que han estado en la UCI, un cuadro de deterioro cognitivo, síndrome disejecutivo (problemas para planificar, pensamiento abstracto, control de comportamiento, etc.), problemas sobre todo con el lóbulo frontal...
Luego, naturalmente, tenemos las consecuencias en población de la tercera edad que están en residencias de ancianos, que se están demenciando porque todo lo que les evitaba o disminuía el deterioro cognitivo era el contacto con familiares, la rehabilitación psicológica que estaban recibiendo y, como todo eso se ha parado, han estado desconectados del medio y ahora va a ser muy difícil recuperarlos.
Por último, todos los problemas de salud mental en niños y adolescentes con trastornos de neurodesarrollo, discapacidad intelectual y autismo. En ellos el confinamiento ha provocado muchas situaciones de regresión.
Ninguna de las principales preocupaciones de los sanitarios tiene que ver con la salud individual, sino con la del grupo o incluso de la sociedad, como un colapso del Sistema Nacional de Salud o la posibilidad de infectar a familiares o compañeros. ¿Es este comportamiento normal?
Sí, hemos visto ese altruismo. Hemos visto gente que cuando han recibido que tenían una PCR positiva, que tenían que quedarse aislados en casa, lo que más han sentido y más les ha angustiado es dejar solos a los compañeros. Es una situación en la que ellos veían que no daban abasto, que estaban desbordados. Tenían esa sensación de fallar a los compañeros por quedarse en casa, sobre todo los asintomáticos, lo han pasado muy mal. Es esa vivencia de no poder estar junto a los compañeros cuando más lo necesitaban.
¿Que la sociedad reconozca y aplauda el trabajo de los profesionales sanitarios y les ponga la figura de héroes, ayuda o perjudica a la carga emocional?
Perjudicar no perjudica. La ayuda es relativa, cualquiera que lleva el tiempo suficiente en esto sabe que esto es un péndulo, que las cosas van y vienen y que esos aplausos, que son bien recibidos y estos puedan ser un instrumento más de politización. Los aplausos son bien recibidos, pero tampoco vamos a hacer mejor o peor nuestra tarea por ellos y probablemente esos aplausos beneficien más a otros. Con esas iniciativas, la población está más pendiente de eso que de otras cosas, como la veracidad de las noticias que reciben sobre la pandemia.
¿Cuáles serían las claves de los sistemas de salud mental para las futuras olas de la pandemia que vienen?
Tenemos que flexibilizar la atención en salud mental, tenemos que acercar los recursos y hacerlos más fáciles. Tenemos que buscar alternativas a una atención primaria colapsada ya que, tradicionalmente, la atención en salud mental no funciona bien si no funciona bien la primaria. Cuando la primaria está a otra cosa, tenemos que ver si poseemos la capacidad de innovación suficiente como para que los usuarios tengan acceso a la atención psicológica.
Flexibilizar toda la prescripción, flexibilizar las visitas telemáticas en psiquiatría, hacer que las personas no tengan que venir al hospital para ingresar y todos aquellos que puedan hacerlo que lo hagan en casa, hacer programas de atención domiciliaria. Tenemos que adaptarnos a unas nuevas circunstancias para no dejar atrás a los que ya tienen trastornos mentales graves (que van a ser especialmente afectados por esta pandemia) y ser capaces de dar respuesta a esos nuevos casos de trastornos mentales.