Estos días hemos conocido casos de adscripción de investigadores con un alto factor de impacto a universidades de segunda fila, que buscan subir algunos escalones en la clasificación mundial. Se trata solo de una pequeña muestra de una corrupción sistémica de los indicadores de calidad académica y científica.
Más allá de la objetividad a la que aspira, la ciencia la hacen personas y convive con amenazas e imperfecciones. Se publica Los males de la ciencia, un libro que trata de sintetizar y exponer los principales problemas a los que se enfrenta, y que van desde el sistema de publicaciones a la falta de diversidad, pasando por la crisis de salud mental o los intereses que la rodean.
El estudio de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología ofrece, por primera vez, datos que identifican la presencia de investigadoras en la producción científica española publicada en revistas internacionales de referencia.
Un equipo de investigación liderado por la Universidad Complutense de Madrid ha estudiado 18.875 artículos sobre coronavirus indexados en la plataforma Web of Science, registrando más de un 90 % de material en abierto y un aumento de la colaboración internacional, siendo EE UU y China los principales productores, seguidos de países europeos, incluido España.
En la crisis de la COVID-19 se han multiplicado los preprints, trabajos que se hacen públicos antes de revisarse. La velocidad es un arma útil que entraña riesgos al mezclarse trabajos de diferente credibilidad. Los expertos apuntan que el problema es mayor para la opinión pública que para los científicos, cuestionan las publicaciones tradicionales y creen que las formas de difundir la ciencia van a sufrir una revolución.
Sorprendente pero cierto. Hay 265 investigadores, entre ellos dos españoles, que generan más de 73 papers al año, según un análisis en Nature. ¿Lo logran estirando el concepto de autoría? ¿Merece alguien firmar por haber puesto recursos o solo por supervisar? Hay recomendaciones claras, pero muchos se las saltan. Para algunos, estos fenómenos alertan de injusticias en la atribución de méritos y de la perversión de un sistema de evaluación que otorga demasiado peso a las publicaciones.
El número de publicaciones científicas realizadas por el personal investigador de las universidades españolas ha aumentado un 72,81% en la última década, según las conclusiones del último informe anual sobre la I+D+i del Observatorio IUNE.
Una encuesta realizada a 7.103 investigadores de EE UU y varios países europeos indica que el 67,2% comparte las conclusiones de sus estudios antes de difundirlas en revistas. Los más proclives a la divulgación previa son los investigadores sociales y los matemáticos. Las principales razones para hacerlo son obtener comentarios y atraer colaboraciones.
Recibir un premio Nobel científico pasa hoy por publicar en grandes revistas especializadas, como Nature o Science. Ahora, muchas de las más grandes y prestigiosas editoriales privadas ofrecen información en abierto sin coste para el lector: es el autor quien paga. Sin embargo, otras publican en acceso abierto, sin costes para unos ni otros, y consiguen similares índices de impacto para la comunidad científica sin perder de vista la vocación pública.
La Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación, la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología y la Unión de Editoriales Universitarias Españolas han firmado un convenio para la puesta en marcha del sello de calidad para colecciones científicas, publicadas por las editoriales universitarias españolas. Este sello será concedido a aquellas colecciones de monografías que reunan los requisitos que establezcan los órganos evaluadores.