Hace miles de años, la almendra silvestre no era el fruto dulce y saludable que comemos hoy. Sus toxinas podían ser tan mortales que se utilizaban para envenenar a los traidores en el antiguo Egipto. La secuenciación de su ADN revela ahora que dejaron de ser amargas y tóxicas gracias a un pequeño cambio en un solo gen que permitió la selección de los ejemplares más comestibles.