"Veo cosas maravillosas", dijo el arqueólogo Howard Carte, cuando, por fin, encontró y abrió la tumba de Tutankamon. El descubridor se quedó extasiado contemplando los tesoros que aparecían delante de sus ojos. Cuatro cámaras constituían el sepulcro, algunas de ellas llenas hasta el techo de piezas del ajuar funerario de valor incalculable, que debían acompañar al difunto rey en su viaje hacia el más allá. Desde miniaturas de barcos que le enseñarían el camino y los lugares sagrados a objetos de culto, amuletos, cofres, armas, instrumentos musicales o pasatiempos para entretenerle en su nuevo vida. Tesoros fabricados de manera magistral, con las materias más espléndidas, ébano, alabastro, piedras preciosas y por todas partes oro, mucho oro.
Y cuando Carter llegó a la cámara funeraria quedó fascinado porque había cuatro capillas funerarias todas de madera recubiertas de oro y en el interior tres sarcófagos; dos también de madera recubiertos de oro y un tercero totalmente de oro donde se encontraba la momia de Tutankamon cubierta con una máscara mortuoria también de oro. Ahora, con esta exposición, podemos encontrarnos viajando en el tiempo hacia el enigmático mundo del antiguo Egipto.