El 12 de marzo de 1989, en una oficina del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), el investigador británico Tim Berners-Lee concibió una manera de acceder fácilmente a los archivos de ordenadores interconectados, mediante un protocolo para la transferencia de hipertextos.
Bautizado con oscuras siglas WWW –acrónimo de World Wide Web–, el invento, refinado en 1990 con la ayuda de Robert Cailliau, acabaría revolucionando la comunicación y cambiando la forma de entender el mundo de millones de personas.
En sus inicios, la web fue concebida y desarrollada para satisfacer la demanda para el intercambio automático de información entre científicos de universidades e institutos de todo el mundo.
Berners-Lee sabía que era una herramienta potente, pero no podía imaginar en aquel momento con la difusión universal y tan rápida, que tendría fuera de la comunidad científica.
No fue hasta el 30 de abril 1993 que el CERN puso el software World Wide Web en el dominio público. La institución llevó a cabo una nueva versión que utilizaba una licencia abierta, con una forma más segura para maximizar su difusión.
Aquella decisión hizo la web universalmente accesible. Hoy contiene una cantidad de información prácticamente incalculable y en continuo crecimiento.
La web, tal y como la conocemos hoy, ha permitido un flujo de comunicación global a una escala sin precedentes en la historia humana. Posibilita el contacto entre personas separadas en el tiempo y el espacio. Todo puede ser compartido y diseminado digitalmente con el menor esfuerzo, haciéndolo llegar casi de forma inmediata a cualquier punto del planeta.