El 22 de febrero de 1923, Albert Einstein y su esposa bajaban de un tren en Barcelona, procedente de Francia. El físico alemán se olvidó de avisar sobre su hora de llegada así que no había nadie para recibirles. Caminaron por la ciudad condal hasta una humilde pensión, antes de que se aclarara el asunto y los trasladaran al Ritz.
Así comenzaban los 20 días que Einstein pasó en España por invitación de los científicos españoles Esteve Terradas y Julio Rey Pastor. Visitó Barcelona, Zaragoza y Madrid para dar unas conferencias por las que cobraría 3.500 pesetas, un salario considerable para la época, y más para un profesor universitario.
La prensa recibió al padre de la relatividad con una atención desmedida que recuerda más a la vista de los Beatles, 22 años después, que a la de un hombre de ciencia. Los periódicos daban cuenta del día a día del popular científico alemán, aunque muy pocos entendieran realmente sus trabajos.
Famosa es la anécdota que recoge Thomas Glick en su libro Einstein y los españoles cuando, en Madrid, una vendedora de castañas le gritó un “¡Viva el inventor del automóvil!”.
Albert, o Alberto como castellanizaron el nombre los periodistas, impartió varias conferencias en las universidades españolas. Sus charlas siempre estaban abarrotadas de público, a pesar de que muchos no tenían ni idea de lo que explicaba.
El rey Alfonso XIII le entregó el título de académico de la Real Academia de las Ciencias y fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Central de Madrid. En una velada tomando el té con personalidades como Blas Cabrera, Ortega y Gasset, o Gregorio Marañón, deleitó a los asistentes tocando el violín.
También viajó a Toledo de incógnito, “camuflado y con muchas mentiras”, como reconoce en su diario. Además tuvo tiempo de visitar el Museo del Prado y de recibir en Zaragoza a una rondalla que, según la prensa, le emocionó tanto como para besar a una joven jotera. No consta que el científico se arrancase a bailar al modo baturro.
El 11 de marzo abandonó España, dejando atrás más crónicas de sociedad que novedades científicas. Y es que la mejor definición del paso del alemán por España la resume una viñeta cómica que decía algo así como “Padre, ¿hay alguien más listo que Einstein?”, a lo que responde el progenitor: “Sí hijo, el que le entiende”.