El polietileno es el polímero más simple (cadenas de carbonos e hidrógenos con la estructura CH2-CH2) y uno de los plásticos más comunes del mundo por ser barato y fácil de fabricar. Su descubrimiento es fruto de dos accidentes.
El primero ocurrió en 1898, cuando el químico alemán Hans von Pechmann lo sintetizó sin querer al calentar diazometano, un gas tóxico y explosivo sin aplicación industrial. Su experimento dejó un compuesto blanco y ceroso en el tubo de ensayo, que unos colegas reconocieron como cadenas de CH2. Lo denominaron polimetileno, pero no le dieron mayor importancia.
Más de tres décadas después, el 27 de marzo de 1933, se produce la primera síntesis de polietileno como lo conocemos actualmente (el diazometano es una sustancia inestable que evita la industria), cuando los investigadores Eric Fawcett y Reginald Gibson del Imperial Chemical Industries (ICI, Inglaterra) aplicaron una presión extremadamente alta a una mezcla de etileno y benzaldehído y obtuvieron de nuevo el material ceroso blanco.
Este hallazgo también fue casual, ya que el equipo con el que trabajaban estaba defectuoso y se filtró oxígeno, que actuó de catalizador. Esto dificultó reproducir con precisión y seguridad el experimento los meses posteriores, y no fue hasta 1935 cuando otro químico del ICI, Michael Perrin, creó el primer método práctico de fabricación del polietileno, que se convirtió en un material ‘top secret’ durante la Segunda Guerra Mundial.
Después de la guerra se hizo público su proceso de fabricación y se comenzó a utilizar en todo el mundo. Hoy en día, el polietileno se emplea en multitud de productos: envases de bebidas y alimentos, rellenos y acolchados de embalaje (como los plásticos de burbujas y los films), productos de menaje del hogar, todo tipo de bolsas –como las de la compra– y materiales de construcción, entre muchos otros.