La actividad humana, aunque sea algo tan inocente como alimentar a las aves, puede tener consecuencias evolutivas determinantes. Así lo señala un estudio que se publica en Current Biology, que muestra el caso de una población de aves de la especie curruca capirotada, que se dividió en dos grupos reproductivamente aislados en menos de 30 generaciones. Los investigadores, de la Universidad de Friburgo, estudiaron una población de currucas en Europa central que comenzó a dividirse después de que los humanos empezasen a ofrecerles comida en el invierno. Los grupos empezaron a seguir distintas rutas migratorias y a enfrentarse a distintas presiones selectivas, lo que les llevó a adaptarse localmente a diferentes ecotipos.