Los más de 50 volcanes activos o potencialmente activos de la cordillera central de los Andes, entre el sur de Perú y Chile, requieren cada vez más la integración de técnicas como el monitoreo vía satélite para conocer en profundidad la tendencia de sus movimientos. Varios vulcanólogos despliegan los pros y los contras de las nuevas técnicas de control.
Cada cierto tiempo, los medios dan cuenta de volcanes que entran en erupción, y de los posibles orígenes del movimiento sísmico, pero pocos explican los procesos de deformación terrestre y las técnicas que utilizan para sus estudios.
El último estudio publicado en la revista Earth and Planetary Sciences Letters, centrado en el macizo de Lastarria-Cordón del Azufre, permite “comprender a largo plazo los procesos de la deformación terrestre”, señala el geofísico del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD, sus siglas en francés), Jean Luc Froger.
Aunque Froger haya apuntado que al iniciarse el monitoreo en 2003 con un satélite puesto en órbita en 2002 “no había un peligro inmediato de erupción”, la zona de Lastarria, en la cordillera central de los Andes, es muy amplia y, según los datos recogidos por el satélite ENVISAT de la Agencia Espacial Europea (ESA), se está deformando e hinchando, “con una tasa de crecimiento de alrededor de 2,5 centímetros por año, lo que demuestra un movimiento importante”, explica el científico francés.
Los volcanes Lastarria y Cordón del Azufre, de 5.706 y 5.480 metros de altitud respectivamente, no presentan un riesgo importante porque la población más cercana se encuentra a más de 200 kilómetros, pero, de llegar a eruptar se produciría, en un caso por ahora hipotético, una mega-erupción, es decir, una gran concentración de magma que se vaciaría en una única erupción. Se formaría, entonces, una cortina de humo eruptivo que se extendería hasta varios kilómetros en la atmósfera y que expulsaría una cantidad considerable de ceniza.
“En el caso de producirse una erupción en la zona, en cinco, 10 o 10.000 años, las consecuencias no serían catastróficas a nivel humano, sino a nivel climático durante los años siguientes a la erupción”, manifiesta Froger, quien confirma que todavía es muy pronto para que el IRD, en colaboración con la Universidad de Chile (Santiago) y el Observatorio de Física del Globo de Clemont-Ferrand (Francia), sepan qué sucederá.
Froger compara la posible, pero "todavía improbable”, erupción de la cadena de volcanes de los Andes con la que tuvo lugar en el Monte Pinatubo (Filipinas) en 1991, que formó una caldera de más de 2,5 kilómetros y una columna de humo de 35 kilómetros inyectando en la atmósfera grandes cantidades de óxido de azufre. “La diferencia, explica, reside en que la de Perú se produciría con una fuerza aún mayor, aunque sólo hablemos de una suposición”.
En la cordillera y formando parte del grupo de volcanes estudiados se encuentra el volcán El Misti, cerca de la ciudad de Arequipa (Perú), que está considerado inactivo, pero que podría suponer un peligro potencial, por lo que todas las técnicas que puedan aportar información sobre estos volcanes son interesantes.
¿Una técnica fundamental o de apoyo?
No todos los vulcanólogos están de acuerdo con este tipo de monitoreo. Salvo el Misti, ningún volcán de la cordillera presenta un peligro para la población, ya que se encuentran muy alejados. Para el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC), Ramón Ortiz, los vulcanólogos "tienen que trabajar con cosas mucho más sencillas junto a la población, por lo tanto es necesaria una instrumentación que sea fácil de manejar, que no cueste mucho dinero porque sino muchos países no pueden cubrir esos gastos”.
La recopilación de datos a través de ENVISAT permite, según la ESA, "un mayor control de las deformaciones que parecen afectar a la costra terrestre por una gran acumulación de magma profundo, en Lastarria, y a un flujo hidrotermal superficial en Cordón del Azufre, además del seguimiento histórico de la evolución y cambios de estos volcanes". Sin ambargo, como indica Ortiz, “la deformación o la emisión de gases tienen que ser importantes para que el satélite las pueda ver”.
“Una de las principales ventajas de ENVISAT es la obtención de datos cada 15 días que permiten ser más precisos y observar perturbaciones en un solo dato”, añade el responsable de Misiones de ENVISAT de la ESA, Henri Laur, que insiste en el difícil acceso a los volcanes y defiende la funcionalidad del satélite.
Los investigadores que defienden el trabajo de campo ponen en duda la necesidad del monitoreo. Así, los estudios más recientes sobre estos volcanes han seguido el análisis de la deformación ya detectada en los primeros estudios, realizados entre 1992 y 2000 por un equipo norteamericano con los satélites anteriores a ENVISAT. Utilizando la misma técnica de la interferometría (radar a través del satélite), los investigadores se han basado en la superposición de dos imágenes de una misma zona tomadas en distintos momentos. Con los interferogramas obtenidos, la señal diferencial entre las imágenes, se ha podido medir la deformación y la longitud de onda que cubre 45 sobre 37 kilómetros.
Las labores de campo tienen la última palabra
Con el objetivo de ampliar la información sobre las probabilidades de evolución del macizo volcánico Lastarria-Cordón del Azufre, los científicos completan los datos del satélite con estudios de campo, como las medidas GPS y la gravimetría, para detectar las variaciones espaciales y temporales del campo de gravedad. Todos los estudios se encaminan al conocimiento de la densidad en profundidad y los cambios de masa. Otro método utilizado es el sismógrafo, que ofrece datos diariamente y que es más barato que un satélite.
Según los resultados obtenidos en los Andes, la alteración de la gravedad unida a un desplazamiento de la costra terrestre indicaría un llenado o un vaciado de una cámara magmática, lo que confirmaría la actividad volcánica subyacente.
En el caso de verificarse tal hipótesis, este complejo volcánico de la cordillera de los Andes representaría un caso único en la formación de reservas magmáticas bajo los Andes. De esta forma, su observación satelital no sólo permitiría estudiar dicha actividad en regiones de difícil acceso, sino también optimizar el monitoreo de edificios volcánicos.