La muestra Luces del Duero (1900-1970). Aprovechamientos hidroeléctricos de la cuenca hidrográfica del Duero, compuesta por más de un centenar de fotografías procedentes de los fondos documentales de la compañía eléctrica Iberdrola, repasa la evolución técnica de las obras en las aguas del Duero durante gran parte del siglo pasado. Se trata de imágenes tomadas, en muchos casos, para ilustrar las memorias de las construcciones hidroeléctricas y la documentación empresarial y que ahora se pueden ver en una exposición en Valladolid.
Las instantáneas fueron tomadas por distintos fotógrafos profesionales, entonces denominados ‘industriales’, como Fernando López Heptener (1902-1993), especialmente vinculado a la compañía eléctrica en sus años de mayor actividad constructiva, o Juan Pando (1915-1992), además de por los propios ingenieros con el fin de inmortalizar su labor, según ha explicado a DICYT el comisario de la exposición, Gerardo F. Kurt.
“La exposición es la historia de una gran visión en la que participan grandes emprendedores y en la que tuvieron lugar algunas de las más extraordinarias actuaciones de la ingeniería civil del siglo XX en España. Fue aquella una realidad fruto de decisiones de grandes mentes, de magníficos visionarios técnicos y empresariales, cuyos esfuerzos son en buena medida la base de la realidad actual de la cuenca del Duero como productora de electricidad”, ha asegurado. En esta línea, el comisario de la muestra ha señalado que al ponerse en marcha operaciones técnicas y empresariales “cargadas de ingenio” se asumieron riesgos “de todo tipo”, teniendo en cuenta “los muchos vaivenes sociales, económicos y políticos de las distintas épocas que atraviesa el país durante el complejo periodo entre 1900 y 1970”.
La muestra, que está expuesta en la Sala Municipal de Exposiciones de la Iglesia de las Francesas de Valladolid, también describe la revolución eléctrica que tuvo lugar en el último cuarto del siglo XIX cambió la forma de concebir los negocios. El problema de la localización industrial quedó eliminado con el avance de la hidroelectricidad, y con ella se abrió la posibilidad de desarrollo económico a países y regiones que hasta entonces habían quedado al margen.
El agua se retenía en presas y sólo parte se dejaba salir para mover una turbina engranada a un generador de energía eléctrica. De este modo, a comienzos del siglo XX varias empresas españolas se habían introducido en el nuevo campo energético mediante la construcción de saltos de agua que, según pasaban los años, aumentaban en altura y complejidad.
En 1901 se fundó una de las empresas pioneras, Hidroeléctrica Ibérica, y pocos años después el transporte de la corriente a elevadas tensiones facilitó el envío de energía a grandes distancias, lo que llevó a ingenieros y hombres de negocios a buscar nuevos emplazamientos de saltos de agua en lugares que hasta entonces quedaban lejos de las principales áreas industriales y de consumo, como la cuenca del Duero.
Primer proyecto: el salto de San Román
El ingeniero de Caminos Federico Cantero Villamil fue el encargado de llevar a cabo el primer proyecto, el salto de San Román, cuya originalidad estribada en aprovechar la curva que el Duero describe ocho kilómetros al sur de Zamora para construir una presa en el extremo de la curva y unirla mediante un túnel transversal a una central al otro extremo, a un kilómetro y medio de distancia.
De esta forma se obtuvo un salto de agua efectivo de catorce metros, suficiente para producir la energía eléctrica que necesitaban Zamora, Salamanca y Valladolid, en total unas 100.000 personas, según las estimaciones de Iberdrola. Este proyecto supuso la base de la escuela de construcciones hidroeléctrica del Duero, que consiguió consolidarse ya en los años 50 con la creación de las presas de Saucelle, Aldeadávila y Villarino. El salto de Saucelle debía tener, según el proyecto de la compañía Iberduero, 82 metros de alto y un salto útil de 62, además de contar con dos túneles de conducción a la central y un túnel aliviadero.
El salto de Villarino, en el Tormes, fue la pieza “maestra” que cerró el sistema del Duero en los años 60. Las novedades técnicas hicieron viable la construcción de una única presa de 200 metros de altura, calculada en poco tiempo gracias a la adquisición de un ordenador IBM 1401, dotado de memoria para programar operaciones. Así, el cálculo de la presa, que en Aldeadávila costó seis meses de trabajo, en Villarino sólo costó tres horas.