La investigadora plantea interrogantes a las críticas y alabanzas que la sociedad y la comunidad científica realizan sobre los organismos genéticamente modificados, y explica la ingeniería genética como metodología alternativa.
En los últimos años se ha generado un intenso debate en torno a la ingeniería genética, los organismos transgénicos y los alimentos que provienen de cultivos genéticamente modificados. En este debate participan tenaces defensores así como acérrimos detractores que presentan opiniones claramente contrapuestas. Los partidarios apuntan a los efectos beneficiosos, más allá de los meramente económicos, incluyendo la posibilidad de reducir el hambre en el mundo.
Entre los argumentos en contra, destacan las connotaciones económicas así como los posibles riesgos ecológicos y para la salud. El tomar partido en uno u otro bando debería estar basado en un conocimiento objetivo de lo que realmente son los organismos transgénicos y de cuáles son sus ventajas y sus posibles efectos indeseados.
Sabemos que desde los inicios de la agricultura, se ha buscado mejorar el rendimiento de cultivos, acelerar su crecimiento, obtener semillas más grandes y frutas más dulces. Para ello, se han utilizado métodos de cruzamientos de plantas con propiedades deseadas hasta alcanzar la variedad final mejorada. De esta forma, las plantas que el agricultor cultiva actualmente son muy distintas de sus antepasados silvestres.
Estas plantas son el resultado de procesos de cruzamientos sucesivos de especies distintas con la consiguiente combinación al azar de miles de genes. En este contexto, la ingeniería genética nace como una metodología alternativa a estos cruzamientos clásicos e intenta conseguir el mismo efecto que las técnicas convencionales (la mejora de los cultivos) pero de una forma mucho más controlada, limpia y dirigida.
Aunque la ingeniería genética no solucionará por sí sola los problemas agroalimentarios mundiales, sí podría ser importante para remediar ciertas cuestiones que debemos afrontar en el futuro. La ingeniería genética podría permitirnos mejorar el rendimiento de las cosechas y la calidad de los productos, especialmente en las zonas más necesitadas. También podría ser de gran utilidad en la producción de moléculas con interés terapéutico. Por otro lado, resulta evidente que esta tecnología sea usada correctamente y no como un instrumento económico en manos de unos pocos grupos industriales.
En este contexto, el debate que se debe plantear, debería identificar en profundidad los beneficios y los riesgos reales de la aplicación de las nuevas tecnologías. Este debate debería de estar libre de los intereses partidistas de grupos industriales así como de la manipulación de ciertos grupos de presión a la caza y captura de eslóganes alarmistas.
De la misma manera que no tendría sentido hoy en día cuestionar los beneficios de algunos medicamentos por el hecho de que detrás de ellos se encuentran poderosas compañías farmacéuticas, sería irresponsable impedir de antemano el desarrollo de la ingeniería genética sin tener antes en cuenta las posibilidades que puede ofrecernos como método complementario a la mejora genética tradicional.
Paloma Mas Martínez(Cartagena, 1968) es licenciada en Bioquímica y Biología. Realizó sus estudios postdoctorales en el Scripps Research Institute de San Diego (EEUU), en el campo de la virología vegetal y los ritmos circadianos. Desde 2004, es Científico Titular en el Consorcio CSIC-IRTA, Instituto de Biología Molecular de Barcelona (IBMB) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.