El periodista y divulgador José Cervera falleció el pasado sábado en Madrid a la edad de 54 años víctima de un cáncer. Su amigo y compañero Antonio Martínez Ron escribe sobre su muerte.
Se nos ha muerto Pepe Cervera y el mundo es un lugar peor y un poco más oscuro. Se fue el sábado de madrugada, justo antes de que comenzáramos el Naukas Valladolid 2018, donde le hicimos un sentido homenaje y el público le aplaudió en pie durante varios minutos como merecía. A Pepe no le gustaban los elogios y nos habría despachado con un “Vive dios que exageran ustedes” antes de añadir un “pardiez” o un “voto a tal” y escurrirse fuera de los focos. Porque Pepe era un gigante humilde que escondía su timidez salpicando su discurso de expresiones arcaicas y caballerescas, incluso cuando nos hablaba de nuestro futuro como monos tecnológicos. Como un Quijote que hubiera perdido la cabeza por las novelas de ciencia ficción en lugar de las de caballería.
Se nos ha muerto Pepe Cervera y nos deja un vacío como cuando se muere el último habitante de una tribu escondida o se quema una biblioteca llena de tesoros. Nadie sabía tantas cosas como Pepe ni las contaba tan bien. Quien siga diciendo que Thomas Young fue “el último hombre que lo sabía todo” es que no ha conocido a “maese Cervera”.
Algunos tenemos la sospecha de que Pepe era un viajero en el tiempo, un sabio que hubiera vivido a través de los siglos y hubiera sido testigo de las grandes batallas y revoluciones científicas. Un senador en Roma, un enviado a las Cruzadas, un espía en la Segunda Guerra Mundial.
Eso explicaría sus arcaismos y sus dotes sobrehumanas para la conversación. Te miraba con su media sonrisa y dejaba un silencio por si querías terminar de hablar, antes de darte el dato preciso o explicarte que él había estado en ese lugar del que tú le hablabas y que había algo más que debías saber.
Pepe era una de las personas a las que más he admirado en esta vida y uno de los mejores comunicadores que ha tenido este país. Fue un pionero en el ámbito del periodismo digital, la comunicación científica y la divulgación. Se dio cuenta muy pronto de que había que adaptarse al cambio que imponía la red, basado en una estructura horizontal, el rigor y la generosidad. Se lanzó a la arena y fue el más valiente de los gladiadores digitales. Pepe había leído todos los libros, había jugado a todos los videojuegos y había husmeado en todas las redacciones.
José Cervera con su amigo Antonio Martínez Ron, recogiendo el premio Tesla durante el evento Naukas Bilbao en septiembre de 2017. / Rafael Martínez Ramón
Leer antes que andar
La noche del sábado me contó su madre que Pepe había sido un sabio bajito que “aprendió a leer antes que a andar” y que tenía los libros del colegio llenos de dibujos de cohetes y naves espaciales. Los profesores le decían que el niño se aburría en las clases, que se entretenía con una mosca, y les sugerían que le apuntaran a alguna actividad como aprender inglés, algo que le ayudara a saciar su infinita curiosidad. Y vaya si lo hizo. El niño se hizo biólogo, se arrastró por las cuevas de Atapuerca en el momento más especial de su historia, se enamoró del periodismo y se convirtió en el mejor contador de historias científicas.
Escribo estas líneas después de meses con el alma encogida, desde que el propio Pepe nos comunicó “la peor de las noticias”, pero con la sonrisa de quien celebra haber sido su amigo y haber tenido la inmensa suerte de coincidir con alguien tan grande como él en esta región del espaciotiempo. La muerte de Pepe me ha dejado un agujero de gusano en el estómago, un nudo en la garganta que nunca terminaré de tragar, pero también el orgullo de haber compartido con él parte de su aventura.
A Pepe le quiero recordar luminoso y sonriente, como en la foto que todos han compartido estos días y que refleja el instante en el que le acababa de entregar el premio Tesla por su labor de divulgación. O como el día que nos llevó a buscar fósiles de tortugas gigantes y se encaramaba por las paredes de un barranco como si fuera una cabra montesa. Como el día que apareció en el plató de Órbita Laika con un artefacto para hacer café en situaciones de supervivencia y casi nos envenena a todos, o subido al escenario de Naukas Bilbao y dejando al público sin aliento con sus historias de cápsulas de carne cayendo sobre el planeta.
Pepe era un sabio de ojos tristes que nos iluminó a todos. A quienes le conocimos nos queda el vago consuelo de que en un solo minuto de su vida cabían muchas otras vidas. A mí, el de haberle dicho lo que le admiraba y le quería mientras estaba vivo. Aquellos ojos tristes ya no se abrirán más y tendremos que aprender a vivir en un mundo sin Pepe Cervera, sin el caballero andante que hacía del periodismo, la ciencia y la amistad una aventura épica. Sin el gladiador que soñaba con el futuro. Su luz nunca se apagará dentro de nosotros.
Antonio Martínez Ron es periodista y divulgador científico. Este texto en homenaje a Pepe Cervera se ha publicado originalmente en Next, la sección de ciencia de Vozpópuli, de la que es redactor jefe.