Una nave de SpaceX transporta a la Estación Espacial Internacional un instrumento para seguir y cartografiar el polvo mineral que viaja a través de la atmósfera desde las regiones áridas, lo que ayudará a comprender mejor su papel en el calentamiento y enfriamiento del planeta. El Barcelona Supercomputing Center participa en el proyecto.
La cápsula de reabastecimiento Dragon de SpaceX, que lleva más de 1.500 kilos de experimentos científicos, suministros para la tripulación y otras cargas, ya está de camino a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) después de su lanzamiento este viernes a las 02:44 h (hora peninsular española) desde el Centro Espacial Kennedy en Florida (EE UU).
La nave se lanzó en un cohete Falcon 9 en el marco de la 25ª misión de servicios de reabastecimiento comercial de la compañía de Elon Musk para la NASA. Está previsto que se acople de forma autónoma a la ISS este sábado y que permanezca allí durante aproximadamente un mes.
Entre los nuevos experimentos que llegan a la estación espacial figuran algunos para estudiar los efectos de la microgravedad en el envejecimiento del sistema inmunitario, en las comunidades microbianas del suelo, la producción de proteínas sin células y la fabricación de hormigón fuera de la Tierra, así como un estudio meteorológico de estudiantes de Secundaria.
Pero el experimento estrella es la Investigación de Fuentes de Polvo Mineral en la Superficie de la Tierra (EMIT, por sus siglas en inglés), desarrollada por el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA. Incorpora un espectrómetro de imágenes para medir la composición mineral del polvo en las regiones áridas de nuestro planeta.
Ingenieros y técnicos del laboratorio JPL ensamblan los componentes de EMIT, incluyendo su telescopio, su espectrómetro de imágenes y su placa base, que contiene sus partes electrónicas. / NASA/JPL-Caltech
El polvo mineral que se dispersa en el aire puede viajar larga distancias y afectar al clima, la meteorología y la vegetación de la Tierra, entre otros factores. Por ejemplo, el que contiene minerales oscuros que absorben la luz solar puede calentar una zona, mientras que el de color claro puede enfriarla.
Cuando sopla también afecta a la calidad del aire, a las condiciones de la superficie terrestre –como la velocidad de derretimiento de la nieve– y a la salud del fitoplancton en el océano.
La investigación recogerá imágenes durante un año para generar mapas de la composición mineral en las regiones de la Tierra que producen este polvo. La cartografía resultante podría hacer avanzar nuestra comprensión de sus efectos en las poblaciones humanas, tanto actualmente como en el futuro.
El viento con polvo proveniente del noroeste de África sopla sobre las islas Canarias. / Observatorio de la Tierra de la NASA
“Los aerosoles de polvo creados por la erosión eólica de las superficies áridas se encuentran entre los mayores contribuyentes a la carga global de partículas en la atmósfera, determinando efectos climáticos en grandes áreas de la Tierra”, explica Carlos Pérez García-Pando, investigador del Barcelona Supercomputing Center - Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS) que participa en la misión.
EMIT podría desencadenar un cambio de paradigma, al producir una base de datos de la mineralogía de la superficie que mejore los análisis de los atlas mineralógicos utilizados en los modelos climáticos
Estos efectos sobre el clima del planeta dependen fundamentalmente de las variaciones regionales en la composición mineral del polvo, que no están bien representadas en los actuales modelos del sistema terrestre.
“En este contexto, el proyecto EMIT tiene el potencial de desencadenar un cambio de paradigma al permitir la producción de una base de datos precisa y casi global de la mineralogía de la superficie que mejore los análisis que sustentan los actuales atlas mineralógicos utilizados en los modelos que calculan los efectos climáticos. Al medir detalladamente los minerales que componen el polvo, EMIT ayudará a responder si los aerosoles de polvo calientan o enfrían la atmósfera, así como la forma en que esto podría cambiar en futuros escenarios climáticos”, concluye García-Pando.