El codirector de las excavaciones en los yacimientos de Atapuerca y director del CENIEH (Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana), José María Bermúdez de Castro, nos invita en su nuevo libro a reflexionar sobre el desarrollo de nuestra especie para descubrir qué tenemos en común con nuestros antepasados. La evolución del talento. Cómo nuestros orígenes determinan nuestro presente nos propone un viaje por la evolución humana que pretende dar respuesta a la incógnita del quiénes somos. Bermúdez de Castro asegura que este libro es fruto de su experiencia en el estudio de la evolución humana, y también de estudiarse a sí mismo, no sólo como individuo, sino como especie.
¿Tenemos conciencia de quiénes somos como especie?
No, normalmente esa reflexión deriva del estudio de la evolución humana y de los individuos que la protagonizan desde distintos puntos de vista: su desarrollo, la antropología social y la cultura. Es entonces cuando piensas y te preguntas cómo hemos cambiado, de dónde procedemos o qué características tienen otros primates muy parecidos a nosotros genéticamente, de hecho sabemos que compartimos con los chimpancés un 99% de nuestros genes y que tenemos un ancestro común con ellos que vivió hace relativamente poco tiempo, seis millones de años. En ese momento te percatas de que entre ellos y nosotros no existen sólo diferencias, aquello que nos hace humanos, sino que nuestros comportamientos se parecen, y mucho. De esto, precisamente, trata el libro.
¿Esas semejanzas parten de nuestros instintos?
Claro, eso no lo hemos perdido, por suerte. Tenemos una capacidad reflexiva, ejecutiva y de decisión que, obviamente, es mayor que la de los chimpancés porque nuestro cerebro es cuatro veces más grande y algunas de sus partes se han desarrollado hasta seis veces más. Estas zonas que han crecido más son las que nos diferencian, pero conservamos los aspectos instintivos y reaccionamos como reaccionan otras especies. Ante una situación de peligro tendemos a huir, si no estaríamos perdidos. Si analizamos nuestro comportamiento descubrimos que seguimos siendo primates territoriales, sociales, jerárquicos, con instintos sexuales, como cualquier otra especie.
Por tanto, y como indica en su libro, patrones de comportamiento como el liderazgo o la cooperación entre equipos existen desde hace millones de años y el estudio de nuestros antepasados puede tener aplicaciones tan prácticas como la gestión de equipos en una empresa.
Hay que estudiar el mundo de los primates, saber cómo funcionan y luego fijarnos en cómo funcionamos nosotros. He llegado a la conclusión de que ambos comportamientos son muy parecidos; eso sí, somos más inteligentes y por eso más complicados. El liderazgo resulta más complejo en la actualidad, pero las bases biológicas son las mismas aunque también he de decir que hay personas que no comparten esta percepción. Creo que lo que aprendemos del pasado, puede resultarnos de gran utilidad en el presente. Yo aplico esos conocimientos en el día a día de nuestras investigaciones, en los trabajos con los equipos que dirijo y a mí me funciona. Hay comportamientos que apenas han cambiado y se explican por nuestro instinto. Es el caso de la territorialidad: somos territoriales y no nos podemos librar de eso. Lo primero que hace una persona cuando tiene un terreno es vallarlo, otros animales pelean por ese territorio y nosotros seguimos haciéndolo, y hasta provocando guerras para su defensa. Es nuestro instinto el que nos lleva a vallarlo porque con esa señal estamos diciendo a los demás que es nuestro y que si lo traspasan pueden tener un problema conmigo.
En el prólogo, el psiquiatra Jesús de la Gándara escribe que “Los humanos somos seres tremendamente efímeros y no tan especiales como nos creemos”. Esta afirmación está muy en la línea de todo esto que me comenta.
Es verdad. Jesús además de un gran científico es un buen amigo mío, un buen psiquiatra que trabaja en Burgos y un gran escritor, en el prólogo lo demuestra. Efectivamente no somos tan especiales, somos una especie más con sus particularidades y que incluso podemos estar como cualquier otra en peligro de extinción. Ahora hablamos de calentamiento global, de una agresión terrible al planeta y empezamos a intuir graves consecuencias. Así que nuestras amenazas están ahí, no debemos creernos superiores a otras especies en ese sentido. Pero soy optimista: el éxito que hemos obtenido debemos mantenerlo y aun sin ser especiales, podemos continuar evolucionando miles y miles de años.
¿Ni siquiera el talento nos diferencia de otras especies?
Todas las especies tienen talento, cada una posee su inteligencia particular (nuestras mascotas nos lo demuestran cada día). Nosotros somos muy inteligentes, tenemos un gran cerebro, pero ¿hasta dónde llega esta inteligencia? Especies que nos han precedido como el Homo Antecessor o los Neanderthales estaban dotadas con un cerebro prácticamente igual que el nuestro y sin embargo, ellos no han conseguido llegar a la Luna.
Entonces, ¿dónde radica la diferencia entre ellos y nosotros?
En la sociabilidad. Vivimos en grandes poblaciones y trabajamos en equipo uniendo nuestras capacidades individuales en algo que podríamos denominar ‘cerebro colectivo’; no es el individuo el que consigue que una especie tenga éxito. Si cualquiera de nosotros, con nuestra inteligencia, viajara en el tiempo hasta el Pleistoceno y naciera en el seno de una familia Antecessor o Neanderthal, haría lo mismo que ellos: fabricaría herramientas de piedra, utilizaría palos para cazar y sería un gran cazador, pero poco más.
Así que el entorno lo es todo…
Efectivamente, el entorno y los estímulos que se reciben. Por el contrario, si nos trajéramos en un viaje utópico a un Homo Antecessor o Neanderthal y lo educáramos en una familia actual, quizá podría llegar a la Universidad y convertirse en un buen ingeniero. No lo sé, no todo el mundo está de acuerdo con esta apreciación mía, pero yo estoy convencido de que llegaría muy lejos.
También el estudio de la evolución humana nos puede dar respuesta a preguntas como por qué somos “monógamos o promiscuos”, como plantea en su libro.
La verdad es que yo creo que nadie lo sabe, es una cuestión cultural. Lo importante en cualquier tribu o clan del pasado era la supervivencia de la especie, su continuidad, por tanto no habría modelos específicos como tenemos ahora: monogamia estricta o poligamia. Si moría un macho, se sustituía por otro para no interrumpir la reproducción. Ahora no, cada cultura tiene sus características y hay modelos muy distintos. Por ejemplo, los esquimales tienen la llamada “hospitalidad del lecho” y al invitado le ofrecen la posibilidad de acostarse con sus esposas. Esto en España es inviable y ridículo. Por tanto, no hay un modelo biológico bien definido; hay modelos culturales.
Esto en cierta manera nos guía hasta la religión, ¿cómo convive con la ciencia?
Es un tema espinoso que no toco demasiado en el libro. Yo defiendo la espiritualidad, algo que tenemos todos los seres humanos, también nuestros antepasados: los Heidelbergensis ya enterraban a sus muertos y se preocupaban por ellos; tenían esa sensibilidad. A esto es a lo que yo llamo espiritualidad. Las religiones son otra cosa: la espiritualidad establecida, jerarquizada.
¿Por qué un capítulo dedicado a la salud mental en un libro sobre evolución humana?
Lo he escrito gracias a las enseñanzas recibidas de Jesús de la Gándara. El estrés es uno de los problemas del siglo XXI. La vida dura y a veces hostil que llevamos hace que nuestras capacidades mentales resulten insuficientes para mantener un estado de salud mental razonable. Todos los animales tienen estrés y éste es necesario para salvar la vida: cuando un ciervo come está en alerta ante posibles predadores. También nuestros antepasados poseían este estrés al que me refiero. A nosotros nos pasa lo mismo, necesitamos un cierto estrés para mantener un ritmo en nuestra vida, pero ese ritmo lo superamos con facilidad y provoca ese estrés que nos perjudica causándonos enfermedades mentales y problemas de salud.