Unos 360 millones de personas en todo el mundo sufren pérdida auditiva moderada o severa, según la Organización Mundial de la Salud. Debido al envejecimiento de la población y el gran impacto que tiene esta patología entre los mayores de 65 años, el número de afectados seguirá creciendo. Isabel Varela, investigadora en el Instituto de Investigaciones Biomédicas ‘Alberto Sols’ (CSIC-UAM), se dedica a estudiar el funcionamiento del oído y sus alteraciones. En esta entrevista cuenta cuáles son las técnicas más avanzadas para neutralizar la sordera, reclama una mayor visibilidad social de este problema y alerta sobre los peligros de someter a nuestro tímpano a demasiados decibelios.
Diriges el grupo de Neurobiología de la Audición. ¿En qué consiste vuestro trabajo?
En entender cómo oímos, cuáles son las bases moleculares y celulares de la audición. Conocemos de forma básica cómo funciona el oído. Para profundizar en este conocimiento utilizamos modelos animales y celulares para introducir mutaciones que sabemos que causan sordera en las personas. El objetivo es estudiar cómo se altera el sistema auditivo con esas mutaciones genéticas. En las personas no se pueden realizar estos estudios, por eso la única alternativa es trabajar con animales.
En el estudio de la sordera y la búsqueda de vías para mejorar la calidad de vida de los afectados, ¿siempre partís de que la pérdida auditiva es irreversible?
Sí, prácticamente el único tratamiento son las prótesis y aparatos de ayuda auditiva, pero no disponemos de un medicamento que la cure. Cuando la pérdida es tan grave que te incomunica se interviene con estos aparatos, pero en los estadios intermedios no tienes ninguna posibilidad de tratarte. Hay que hacer hincapié en que no es trivial quedarse sordo. Te aíslas de tu familia, amigos, compañeros de trabajo... Y también de la música, la televisión o la radio.
Esa irreversibilidad es una característica de los mamíferos. En el libro La sordera explicáis que en otras especies como las aves y los reptiles no sucede lo mismo.
Sí. La irreversibilidad se debe a que no podemos regenerar las células y neuronas implicadas en la audición. Por eso la pérdida de oído es la discapacidad que tiene más impacto durante el envejecimiento. Se nace con una dotación de células ciliadas -las encargadas de percibir las ondas del sonido- y cuando las vas perdiendo no las recuperas. Puedes perderlas lentamente, con el envejecimiento, o más rápidamente porque tengas un problema genético o estés expuesto a un ruido excesivo. En los mamíferos las células ciliadas tienen un tiempo definido de vida y cuando se mueren no son sustituidas. En las aves y los reptiles viven menos tiempo pero a cambio tienen un sistema que les permite regenerarlas. Estudios científicos han identificado algunas de las claves moleculares de la regeneración y se están testando en mamíferos. La esperanza es que a largo plazo pudieran utilizarse para curar personas. Pero el sistema auditivo es muy complejo y difícil de manipular in vivo. Antes de que las células ciliadas hayan desaparecido hay muchas oportunidades para intervenir y tenemos que estudiarlas en profundidad. Una vez que las has perdido sólo puedes recurrir a terapias como los implantes cocleares.
¿En qué consisten?
Es como si tuvieras un pequeño aparato de radio dentro del oído que es capaz de recibir el sonido y transformarlo en señales que entiende nuestro cerebro. Estos implantes tienen microelectrodos que reconocen el sonido y mandan la información a las neuronas para que estas se la trasladen al cerebro, es decir, sustituyen a las células ciliadas. El problema es que ese mecanismo no es tan perfecto como el que tenemos de manera natural. El sonido tiene tonos, timbres, frecuencias, intensidades... Toda esta información tan rica no puede ser transmitida con la misma fidelidad por los implantes.
Decías que el grupo más afectado por la sordera es el de los mayores de 65 años. Dado que la población está envejeciendo, ¿hasta qué punto esto plantea un reto para la salud pública?
El envejecimiento de la población es un fenómeno mundial que en los próximos años seguirá aumentando. Esto plantea retos y también oportunidades. Desde el punto de vista de la audición, efectivamente a partir de los 60-65 años su pérdida impacta en la calidad de vida de los afectados. Para mantener un envejecimiento activo y saludable, es importante que las personas puedan comunicarse, salir a la calle, seguir recibiendo estímulos en el cerebro... Una sordera avanzada acelera además el declive cognitivo. Si no entrenas el cerebro suficientemente, es muy posible que los años de vejez se compliquen: la persona va a ser más dependiente y eso genera un problema para ella y para la sociedad en su conjunto. Hay que dar más visibilidad social a esa pérdida auditiva en el proceso del envejecimiento.
¿Y las consecuencias psicológicas de los afectados?
Según en qué momento se produce la pérdida auditiva la situación es diferente. Por ejemplo, en los niños ha sido un obstáculo enorme para que recibieran una educación y se integraran en la sociedad. Siempre se ha considerado que perder la vista era muchísimo peor, pero lo cierto es que una persona ciega mantiene su nivel de comunicación casi intacto, mientras que una sorda lo tiene muy reducido. Cuando eres un adulto y de repente dejas de oír, estás perdido en un mundo silencioso, te faltan referencias, llegas a sentirte incómodo en compañía de amigos y familiares. Esto lo refleja muy bien Mi vida en sordina, un libro de David Lodge que recomiendo leer.
De ahí la necesidad de grandes dosis de paciencia por parte de la familia del afectado.
Sí. Además, mientras que existe empatía y comprensión hacia alguien que se queda ciego, en el caso del que pierde audición las dificultades de su situación no son tan evidentes y, en general, no despierta la misma simpatía.
¿Tienes alguna teoría que explique esto?
El no obtener respuesta cuando hablas a alguien puede interpretarse como una falta de educación; sin embargo, inmediatamente nos damos cuenta cuando alguien no ve y ponemos los medios para relacionarnos con esa persona. Afortunadamente el diagnóstico temprano de la sordera y el desarrollo tecnológico han solucionado muchos problemas a los sordomudos, que siendo personas inteligentes estaban abocadas a no disfrutar de una educación y de una vida social y laboral plenas.
¿Hay ya evidencias de que esté aumentando entre la población joven la pérdida de audición por el uso de dispositivos electrónicos?
Hay predicciones sobre cómo la exposición al ruido adelantará la edad de aparición de la presbiacusia (la pérdida de la audición asociada al envejecimiento). Ahora entre un 40-50% de la población mayor de 65 años se ve afectada, pero se estima que esa edad irá disminuyendo. Dentro de poco hablaremos de los 40 o 50 años, porque esa intensidad de volumen causa daños y disfunciones en un órgano que está exquisitamente diseñado no para oír sonidos tan altos y tan cerca, sino para todo lo contrario: oír sonidos más bajos, que están lejos y que conviene identificar por si constituyen una amenaza o no. El oído es un órgano de comunicación y también de alerta, pero no está diseñado para recibir cien decibelios dentro del tímpano.
Igual que hablamos de hipoacusia, ¿existe algo parecido a la hiperacusia?
Existe y es un problema muy grave. La hiperacusia hace que la persona oiga sonidos que no existen y sin embargo siguen en su oído porque lo ha hiperactivado. Es como si el sistema no fuera capaz de desconectarse. La hiperacusia a menudo aparece antes de perder la audición, te está avisando de que hay un mal funcionamiento del sistema, como cuando una luz parpadea antes de apagarse. Este problema, que también se llama tinnitus, generalmente es la consecuencia de haber estado expuesto a mucho ruido. Hasta hace poco era bastante ignorado, pero en países como EE UU e Inglaterra han surgido asociaciones de afectados que están dándole visibilidad en los medios y en la sociedad en general.
¿Qué importancia tiene trasladar todo este conocimiento a la sociedad?
Es vital. Se necesita una mayor concienciación social sobre el impacto del ruido y sobre lo que es ‘la vida en sordina’, como dice el libro al que me he referido antes. Pero, además, como científicos tenemos la obligación de informar a la sociedad de qué estamos haciendo, porque trabajamos para ella, recibimos su apoyo y tiene que saber en qué invertimos su dinero y por qué, como en el resto de campos de la vida pública.
¿Cuál es la situación de la divulgación de la ciencia en España?
Pienso que ha mejorado mucho. Posiblemente seguimos lejos de otros países donde en cualquier universidad o centro de investigación hay un nivel de divulgación tremendo. En EE UU esto coincide con que allí tienen que atraer constantemente la financiación privada, mientras que aquí la sociedad civil nunca ha sido muy activa a la hora de generar fondos para investigar. Eso es algo que está empezando ahora. Pero si quieres ser atractivo y que la gente piense que vale la pena apoyar tu trabajo, lo tienes que explicar.
¿Qué hace falta para aumentar nuestra cultura científica?
Yo diría que todo junto, pero creo que los medios de comunicación son determinantes. Hay algunos programas de ciencia, pero los emiten a horas intempestivas. Creo que sería más funcional incluir informaciones de ciencia en todos los programas, que hubiese más noticias científicas en los telediarios, que en las series se hablase también de ciencia o que hubiese más variedad de documentales científicos, para que se convirtiese en algo más cotidiano y asequible. Hay que impregnar más de ciencia la vida en general, igual que habría que integrar más la cultura en el día a día.