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Agencia Sinc
Ramón Ortíz, vulcanólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC)

“No existen los desastres, sino la mala gestión de los fenómenos naturales”

Los volcanes expandidos a lo largo y ancho de la superficie terrestre siguen manifestándose, como llevan haciéndolo desde hace millones de años, a través de diferentes tipos de erupciones, señal de que la Tierra está en constante movimiento. Sin embargo, es la relación de esas erupciones con el ser humano lo que preocupa a científicos como el doctor en Físicas, especializado en volcanes, Ramón Ortiz (Barcelona, 1945) y la consecuente falta de conocimiento al producirse el fenómeno natural.

El vulcanólogo Ramón Ortíz. Foto: SINC
El vulcanólogo Ramón Ortíz. Foto: SINC

Los estudios actuales de la vulcanología se centran más en la evacuación de las poblaciones, ¿es eso cierto?

Fundamentalmente, la vulcanología actual trabaja para mitigar los efectos de las erupciones volcánicas y evitar que se produzcan pérdidas humanas como el Nevado del Ruiz (Colombia, 1985) que se llevó a 30.000 personas (aunque nunca se puede saber con certeza ya que hay que multiplicarlo por un factor de 2 a 10, como en el caso de un terremoto). De lo que se trata es que cuando un volcán entra en erupción se eviten millones de muertes, como el Pinatubo, que pudo haber causado miles de muertos, sólo produjo 500. Los que trabajamos en volcanes al pie del cañón, todas las altas tecnologías y grandes inventos no terminan por convencernos. Prefiero instrumentos sencillos que los pueda mantener cualquiera, y que no generan problemas si se pierden y que se pueda confiar en ellos.

Cuando habla de reducir los efectos volcánicos, ¿se refiere a las erupciones?

No, por un lado se trata de evacuar a la gente y por otro, de hacer obras de infraestructura que mitiguen los efectos de la erupción. Por ejemplo en Japón, muchos de los volcanes con determinado tipo de fenómenos, como los laares, disponen de una serie de barreras y canales para desviar los destructivos flujos de lodo que se producen con la ceniza al llover y evitar que provoque daños. En el caso de la erupción de Nevado del Ruiz, aunque ésta fuera muy pequeña, la mayor parte de las víctimas se produjeron porque la erupción provocó el deshielo del glaciar que envolvió a su vez a la ceniza y generó un flujo denso de lodo que se llevó a la población de Armero.

¿En qué se basa la vulcanología moderna?

Empieza a ser una disciplina multidisciplinar a raíz de una serie de erupciones en los ‘70. Nos dimos cuenta de que algo estaba fallando porque terminamos el siglo XX con la erupción en 1985 del Nevado del Ruiz con un desastre igual que con el que empezamos. Fue entonces cuando Naciones Unidas estableció la Década de 1990 a 2000 para la mitigación de los desastres naturales. Se trabajó fundamentalmente en explicar cómo un fenómeno natural se convierte en desastre. En nuestro conocimiento científico la idea de erupción no ha variado mucho, pero sí la concepción del desastre. No existen los desastres naturales, sino la mala gestión de los fenómenos naturales. Es una cosa muy importante. Si hay una inundación, por ejemplo, la culpa no es que ha llovido más que en los últimos mil años, sino que no se ha dejado suficiente espacio para el cauce natural del agua con la construcción de infraestructuras. En el caso de los volcanes se ha empezado a trabajar mucho en la forma de gestión de los fenómenos.

¿Es posible determinar qué volcanes tienen más riesgo?

El factor de riesgo no lo hace un volcán, sino su cercanía con la población. Los que se sitúan en la cordillera de los Andes no suponen mucho peligro porque están muy alejados de la población. En cambio, el Vesubio afecta directamente a 600.000 personas. Incluso volcanes con erupciones muy pequeñas como los de Olot en Girona, con períodos de retorno de 5.000 a 100.000 años, son también importantes a nivel de riesgo porque afectan al tráfico aéreo de ciudades como Londres, Marsella, Roma o Barcelona. Para determinar el nivel de riesgo existe un documento que se divide en dos partes. La primera comenta las características del volcán y la segunda los factores de exposición. Estos datos hay que multiplicarlos por la población, por los aeropuertos, por las líneas de comunicación, por las líneas de alta tensión, los complejos industriales, etc. Los datos obtenidos demuestran que, aunque el volcán tenga una contribución pequeña, el impacto puede ser mayor.

¿Cuáles son hoy los volcanes más peligrosos?

Una cosa es el fenómeno y otra el impacto del fenómeno. Hay una tendencia a confundirlo. Si tiene lugar una gran erupción y en la zona no hay población, el impacto es nulo. Situados a tan sólo unos kilómetros de ciudades y poblaciones, entre los volcanes de muy alto riesgo destacan algunos japoneses. El Teide, por ejemplo, tiene una exposición menor porque sólo afectaría a 100.000 personas. Pero el Popocatépelt (México) está afectando a más de 100.000 personas y han evacuado a 70.000 personas varias veces ya. Alguno de los de Indonesia puede afectar a medio millón de personas. Incluso los americanos como el Misti, situado en Arequipa (Perú) y el Tumuraghua (Ecuador) tienen riesgo. El Otoplazi (Ecuador) es muy peligroso porque se está empezando a mover y afecta directamente a Quito. El principal problema es que se urbaniza en zonas en las que no se debería. En el caso de Quito, se ha urbanizado con viviendas de alto nivel una zona que está afectada por los laares del volcán. Si éste entra en erupción va afectar a toda la zona. El volcán Villarrica (Chile) es otro de los volcanes peligrosos.

¿De dónde viene esa necesidad del hombre de crear ciudades cerca de volcanes?

Son zonas relativamente fértiles y presentan paisajes bonitos que hacen que haya más turismo. Además, el período de retorno es muy superior a la vida del hombre por lo que no se tiene tanta percepción del peligro. Es la diferencia que existe entre el Teide y el Vesubio. Con el Vesubio, se sigue viendo el desastre de Pompeya, mientras que en Tenerife, sólo se ve vegetación, pero los dos volcanes hicieron una erupción igual.

Parece que ahora somos más vulnerables…

Efectivamente. Antes cuando vivíamos en chozas y éstas desaparecían por la erupción, se volvían a construir fácilmente. Ahora el mismo fenómeno, provoca un impacto mucho mayor. Es lo que pasa por ejemplo con las Islas Canarias cuando dicen que los volcanes no han hecho nada. Pero Canarias sólo tiene 500 años de historia y eso no es nada. Las vulnerabilidades que se tenían en 1909 en Tenerife o en 1970 en la Isla de la Palma eran muchísimo menores que las actuales. Si se repitiera ahora la misma erupción de 1909, destrozaría toda la economía canaria. Primero destruiría los aeropuertos, luego las líneas de alta tensión se quedarían sin energía eléctrica ya que la ceniza cae sobre ellas y las líneas chisporrotean, la ceniza también empezaría a rayar los motores, e incluso los bolígrafos ya no funcionarían al meterse la ceniza en la bolita. Hoy en día, todo se echaría a perder. Cuando empiezas a sumar, las pérdidas son inmensas. La vulnerabilidad de hoy es tremenda. El mismo fenómeno hace 100 años no te provocaba el mismo impacto porque las familias eran autosuficientes, hoy incluso en la zona más rural nadie se come sus propias “papas”, todo el mundo va al supermercado.

¿De qué forma afecta la actividad volcánica al cambio climático?

La erupción del volcán Lucky Strike es el primer caso del que se tiene evidencia científica en el siglo XVIII. Después de aquel episodio, los inviernos fueron muy fríos. Los volcanes echan mucho CO2. Incluso la desaparición de los dinosaurios pudo ser debida más a las erupciones de volcanes que a la caída del meteorito, que por sí solo no pudo provocar la extinción pero fue el disparador de una serie de grandes erupciones lasárticas que provocaron la extinción. Muchos de los cambios que han tenido lugar en el clima están asociados a una intensa actividad volcánica.

Se dice que hay volcanes activos y otros inactivos, ¿es cierto?

Es un criterio un poco relativo. Decir que un volcán inactivo está muerto no es un término muy correcto, porque la tierra no ha cambiado tanto en los últimos millones de años. Si ha habido una erupción, puede haber otra. No obstante, este criterio emplea en términos económicos. Si hace un millón de años que no sucede nada, no se va a gastar dinero en vigilancia. En las zonas que tienen un volcanismo de hace 10.000 o 100.000 años, basta con tener instrumentos muy simples es suficiente, porque en el momento que empieza a haber un poco de actividad, se instrumenta mejor, salvo que exista una inversión económica muy fuerte. Por ejemplo, en la zona del volcán puede haber un cementerio nuclear, por lo que hay que tenerla más vigilada. Se puede tener una gran central hidroeléctrica, entonces hay que extremar la instrumentación porque la exposición que tenemos es mayor. Aún con todo, es necesario considerar un volcán activo con mil años, 5.000, 100.000 o un millón. Es el caso de la ciudad de Oakland en Nueva Zelanda, completamente rodeada por volcanes. Se consideran activos por el impacto que tienen y para prever medidas en caso de erupción.

¿Se puede prevenir con antelación la erupción de un volcán?

Lo que se sabe es que se están moviendo, pero hay que esperar para ver si será un “león” o un “ratón”, si se despertará o se volverá a dormir. La primera fase es ver que está empezando a moverse, luego se comenta la inversión en instrumentación y personal que va a analizar esos datos. A partir de ahí pueden pasar muchos años pero la situación es distinta, ya se sabe que se está moviendo. En algunos casos, después de ocho o diez años, como pasó con el Akita, puede volverse a dormir. Se desmonta entonces la instrumentación suplementaria que se ha puesto y se disminuye el equipo de gente a un nivel mínimo. Si se ve que empieza a acelerarse hay que tener cuidado porque puede terminar teniendo una erupción.

¿Se puede determinar un momento concreto?

Cuanto más cerca se esté del impacto, con más seguridad puedes garantizar esa erupción. Con horas aciertas seguro, con días hay muchas probabilidades de que aciertes. Si me lo pides con años, ya es más complicado. Hay un momento que empieza a acelerarse y es entonces cuando hay que preocuparse, incluso se puede dar día y hora. Hoy, con la instrumentación y el análisis de señales adecuadas, no hay ningún problema. No obstante, si sabemos con diez horas de antelación que se va a producir la erupción, es imposible evacuar a medio millón de personas, ni a 50.000 personas. Cuanto mayor sea la población que debes evacuar, más anticipación necesitas. Por ejemplo, si calculamos una evacuación en el norte de Tenerife de entre 30.000 y 50.000 personas, cuyas redes viarias no son muy buenas, necesitamos al menos 48 horas, porque siempre se puede complicar. Yo tengo que hacer el pronóstico con más de 48 horas y entonces la probabilidad de que me equivoque es grande.

¿Ha sido testigo alguna vez de una falsa alarma, es decir, evacuar a la población y que al final no haya erupción?

Por supuesto que sí, pero eso se resuelve con la educación. La primera cosa que la población debe saber es que si se la evacua, no es para molestarla, sino porque no podemos asumir ese impacto. Si la población es conciente de ello, no hay ningún problema. Además, lo que deberían desear es que nos equivoquemos, porque si no se quedarían sin nada. Es como quien va al médico a hacerse un chequeo y lo que quiere es que no le encuentren nada.

¿Qué se podría proponer para divulgar la tarea de los vulcanólogos?

Es tan mala la falta de reacción como la sobrerreacción de la población. Si la gente no sabe y se asusta, se puede producir una estampida y puede ser tremendo. En noviembre de 2007 tuvo lugar un congreso en Japón sobre Ciudades y Volcanes donde se recogió esa inquietud que tenemos respecto a la población. El volcán tiene importancia en tanto en cuanto afecta al ser humano. Lo que importa es la relación con el individuo. Se analizaron las gestiones de crisis en todos los aspectos, desde las técnicas de monitoreo hasta los planes de emergencia y la educación de la población. Todo se aplica a la estructura económica y social de entrada, luego a los recursos. Nuestro grupo llevó tres trabajos. Uno sobre cómo se gestiona la crisis del Teide, otro sobre gestión de erupciones y otro sobre educación. En educación proponemos que la información se vaya introduciendo desde la escuela, en la formación continua. El profesorado tiene que ser conciente de ello para tratar el tema en asignaturas normales como la geografía, la física o las matemáticas.

Hablando del Teide, ¿cuál es la situación actual?

En 2004, empezó a dar muestras de actividad. Ese incremento de actividad duró hasta octubre de aquel año. A partir de ahí, se estabilizó y ahora mismo sigue estable. En cuanto a deformaciones, estamos en el límite, alrededor de los dos centímetros. Todas las islas se mueven en la misma dirección, hacia el este. El cráter echa humo, aunque la versión oficial es que son nubes. Además ha aumentado la emisión de gas y han aparecido muestras de CO2 que es indicativo de una perturbación magmática. Así puede estar muchos años, incluso puede volver a su nivel original. Esta es la razón por la que hay que estar muy atentos, porque si se acelera en muy pocos meses podemos tener un problema. Hoy en día, cualquier cosa, por pequeña que sea, puede plantear unos problemas tremendos en todo el sistema económico de las islas. Uno de los inconvenientes de estos “bichos” es que se les agria el carácter con los años y las erupciones violentas son cada vez más violentas. Por otra parte, nuestra sociedad civil es reactiva, no preventiva. Hay que tomar las medidas antes de que empiece, y generar los mecanismos para afrontar la explosión. En Canarias no quieren saber nada del tema, porque quieren que les den dinero por parte del Gobierno Central para gastárselo en lo que quieran y que se les monte allí un centro de investigación para meter a la gente que ellos quieran sin pasar por los filtros normales de excelencia científica.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons
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