Hablamos con Pilar Lago, profesora Titular en la Facultad de Educación de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) sobre la investigación en musicoterapia que lleva a cabo en las cárceles españolas. La música es para esta investigadora, el quinto tipo de inteligencia.
Pilar Lago se dedica a la enseñanza y a la didáctica de la educación musical como profesión. Lleva más de 30 años trabajando en el campo de la utilización de la música como herramienta terapéutica.
¿En qué consiste exactamente la musicoterapia?
Algunas veces se le llama así a cualquier cosa, y hay que decir en qué consiste exactamente hacer musicoterapia: no es ponerle a un determinado paciente una música porque me guste a mí. No, eso es utilizar una actividad musical sin más. Hacer musicoterapia es conocer al paciente a través de su identidad sonora, es saber cuáles son sus intereses, con qué músicas, con qué ritmos, con qué actitudes corporales vibra un paciente, con el objetivo de ayudarle a mejorar, a cambiar, a modificar en lo posible el sufrimiento que a veces invade al ser humano.
¿Qué te hizo centrarte en las cárceles como espacios de investigación?
Llevo años asistiendo a las cárceles españolas para utilizar la música como un elemento más que procure el cambio, que modifique la situación de esos centros: un lugar en el que no hay libertad, en le que no se puede decidir si se sale o se entra, en el que al final su vida, su horizonte, sus sonidos, son los de las puertas que se abren y se cierran o los cerrojos de las celdas de al lado.
Sé lo que sucede cuando entro allí, y también lo que sucede cuando salgo: se quedan personas que no han sabido respetar las reglas, convivir, o tratar a las cosas que les rodeaban con la delicadeza debida, ciudadanos que no han sabido respetar lo ajeno… Pero ¿qué sensibilidad, qué educación han tenido ellos cuando eran niños, adolescentes, hombres y mujeres en la miseria del pozo del error? Esto habría que preguntárselo.
¿Cómo llegaste a la cárcel y cómo elaboraste esta investigación?
En la UNED nació, hace 10 años, una ONG que se llama Punto Cero. Su presidenta, Asunción Alba, aglutinaba a unos profesores a los que nos dijo: -Tenemos oportunidad de ir a las cárceles. Que cada uno haga lo que sepa. A mí se me ocurrió trabajar sobre lo que soy, músico, y elaboré un proyecto: "La música como farmacia eficaz".
Lo que yo iba a hacer en ese lugar era utilizar la música como una herramienta de cambio, un fenómeno que nos permita sentir, estar en el aquí y en el ahora. Comencé a dar estas conferencias, pequeños seminarios prácticos.
No era para hacer música como un gran compositor. No pretendía que los internos fueran compositores, pretendía que disfrutaran y se sintieran a gusto en esas dos horas que íbamos a estar juntos. Experiencia que hice en varias cárceles y de la que salí gratificada. Vi que los demás estaban en sintonía: todos estábamos sintiendo algo parecido; y hablar en un mismo lenguaje en un lugar como aquél, es verdaderamente mágico.
Con el afán científico de los que disfrutamos buscando respuestas decidí convertir ese trabajo en una investigación: no podía hacerlo en 27 centros. Esa es una investigación futura: analizar cómo han respondido los internos de diferentes cárceles a mi actividad.
Hace cuatro años, decidí hablar con la dirección de una de las cárceles, contarle el proyecto y pedirle que las personas que vinieran a este grupo tenían que ser voluntarias. Si ya investigar es duro, tener a alguien obligado es terrible, y yo no estaba dispuesta a ningún tipo de sufrimiento añadido. Sugerimos, pues, que la gente viniera voluntaria: había tantas personas que tuve que dividir el grupo en dos: nueve personas como grupo real y otras nueve como grupo de control: es decir, con un grupo hago la experiencia y el grupo de control nos dirá si ha habido cambios en el día a día, en las conductas, actitudes… Los 18 inetrnos eran de Marruecos, Perú, Colombia, Cuba y cuatro españoles. Igual, en el grupo de control.
El primer día les conté en qué iba a consistir la tarea, les hice una evaluación, a través de una ficha, de sus aptitudes, sus intereses musicales… A partir de ahí elaboré un diseño específico para las sesiones: individuales y grupales. El tiempo era escaso, una vez por semana entraba las nueve y salía por la tarde.
Los resultados fueron extraordinarios. Estas personas han decidido reiniciar sus estudios en la UNED, ya que algunos los habían abandonado, alguno viene como alumno a hacer una asignatura optativa conmigo, uno quiere hacer el doctorado conmigo; los otros han creado un grupo musical: guitarra, armónica, el cajón que le ha llevado a uno su familia… Mientras otros internos ven pasar sus días esperando que llegue la sentencia definitiva, que les manden a la calle, viendo que su vida no cambia ni se transforma, la actitud de estas personas es distinta. Saben convivir mejor con su soledad, se quieren más y tienen más esperanza y más deseos de futuro. Ya con esto es más que suficiente.
La idea ahora es supervisar el trabajo de las personas que siguen en la cárcel. Algunos tienen que terminar sus condenas en otros lugares y se van. Con los que se han quedado se podría empezar un trabajo de conferencias asiduas de un día a la semana, y hacer las comparaciones entre varias instituciones.