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Carmelo Polino, experto en comunicación y cultura de la ciencia

"La ciencia ya no puede ser ignorada por los medios de comunicación"

Carmelo Polino es licenciado en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina) y master en Comunicación y Cultura de la Ciencia y la Tecnología por la Universidad de Salamanca (España). Ha publicado libros y artículos en revistas sobre divulgación, periodismo científico, percepción pública, cultura científica y participación ciudadana en ciencia y la tecnología.

Carmelo Polino, investigador del Centro Redes, en Buenos Aires. Imagen: UNIOVI

¿Cómo percibimos los iberoamericanos la ciencia?

En un sentido general la ciencia en Iberoamérica, como ocurre en los países desarrollados occidentales, es una institución social que goza de un prestigio bastante amplio. Es vista por la sociedad como una forma de darse oportunidades para la vida en general, para el desarrollo de las economías, para la educación, para la información. Es decir, la ciencia es vista como un bien público. Ahora, esto no impide que se haya empezado a advertir también que la ciencia no es una institución social cuyos efectos en la sociedad sean valorativamente neutrales, que la ciencia tiene implicaciones con la política, con la economía, con la industrialización. Empiezan a aparecer signos bastante claros de que hay una mirada un poco más compleja sobre la ciencia, que la ve también como portadora de riesgos.

Está bastante claro cuando hablamos de medio ambiente, de industrialización, y de este tipo de cuestiones. En ese sentido, lo que muestra la Encuesta Iberoamericana del año 2007, estudio llevado a cabo en grandes capitales y que se publicó en 2009, es que una proporción muy importante, del orden de 4 de cada 10 personas, considera que la ciencia y la tecnología son, y serán, tanto portadora de beneficios como de riesgos. Es una mirada bastante compleja y rica de lo que entendemos como cultura científica.

¿Se nota una gran diferencia entre los países europeos y los americanos?

Los estudios que tenemos hasta ahora no parecen mostrar una diferencia tan enfática en ese sentido. Es vedad que hay algo que los indicadores y los estudios de percepción no han hecho todavía: vincular la percepción acerca de la ciencia el tipo de representatividad política. Parece que ahí los indicadores de percepción aún no son suficientemente finos como para captar estas vinculaciones. Con los datos que tenemos ahora disponibles no sé si estaríamos habilitados para hablar de una diferencia sustantiva entre los países europeos, Estados Unidos y Canadá, y los países de América Latina. Aunque desde luego habrá matices.

Por ejemplo, cuando atiendes a dinámicas y temas particulares pueden darse situaciones interesantes a explorar que los estudios de percepción en sí mismos no son todavía capaces de aclarar. En los países de la Comunidad Económica Europea, por ejemplo, ha habido una fuerte preocupación y rechazo frente a temas como el uso de transgénicos asociados a la biotecnología verde, o frente al uso de la energía nuclear. Sin embargo, en países de América Latina, en particular en Argentina, estas cuestiones no han generado la misma reacción. Ahí sí que resultaría interesante introducir preguntas del tipo: cuáles han sido las trayectorias de desarrollo científico-tecnológico en estos países, o cuáles son los sistemas de representación política que allí se practican. En ese sentido, creo que ahí todavía tenemos muchas preguntas que los indicadores disponibles no nos han permitido más que apenas atisbar.

Mejor. Siempre es bueno tener nuevos objetivos y nuevas preguntas que hacerse; si no, no se avanza, ¿no?

Exacto. Luego hay otra cuestión interesante; una semejanza entre los países europeos y algo que empieza a mostrarse también en América Latina: empieza a haber un reclamo, una cierta necesidad de la sociedad por enterarse de qué ocurre en el ámbito de la política pública de la ciencia. No me animaría a decir que se traduce automáticamente en una necesidad de participación activa en la política pública científica, pero sí me parece un hecho interesante.

No quiero pecar de ingenuo, o de optimista ingenuo, pero creo que es muy positivo, no solo que deje de verse a la ciencia como una cosa neutra, desde el punto de vista de la ciudadanía, sino sobre todo que la política para la ciencia tampoco resulte neutra en términos sociales. Y en ese sentido sí me parece que hay unas tendencias convergentes entre los países europeos y los de América Latina. No obstante, esto no significa que el modelo de decisiones tecnocráticas se esté agotando: las sociedades no reclaman que no sean los expertos los que tomen las decisiones, que no sean los expertos los que asesoren al Gobierno. Pero ahora, cada vez más, la sociedad, de alguna forma, quiere verse implicada.

Por lo menos estar informada y tener la capacidad de enterarse y entenderla.

Exactamente, porque el modelo clásico que relegaba a la sociedad a mero usuario, espectador, o consumidor de productos de la ciencia objetivados en tecnologías, está empezando a crujir. Empieza a aparecer la idea de una espontánea participación, la idea incluso de estar implicada. Además, hay colectivos sociales en América Latina con amplísima tradición con respecto a los movimientos sociales, organizaciones de base crítica con respecto al desarrollo científico-tecnológico y a la forma en la que, a partir de los años ’70 y ’80, se ha hecho cada vez más fuerte esa alianza entre ciencia, poder, economía, negocios e industrialización.

Vamos a tener movimientos ambientalistas muy fuertes en áreas como la minería, la gestión de residuos urbanos, en temas que tienen que ver con los reservorios de agua dulce, con los glaciares, con la minería a cielo abierto. Es decir, hay movimientos amplios de resistencia organizados en torno a colectivos muy activos que también cuestionan el papel político de la ciencia. Desde luego, es un mapa muy rico, brindado por los estudios más cualitativos. Y será bastante parecido al fenómeno del ambientalismo y el activismo global que se ha dado respecto a la ciencia y la tecnología en las últimas décadas.

¿Cómo se alían las universidades y el periodismo para lograr mejorar el aspecto de la divulgación?

Está claro que entre sus nuevos roles, una cuestión que se han planteado claramente las universidades, es el hecho de salir a vender qué es lo que hacen, actualizar y fortalecer los vínculos con el sistema productivo; es la necesidad de comunicarse, de comunicar ciencia. Esto ha llevado a que muchas universidades e instituciones científicas se hayan planteado la gestación de gabinetes de comunicación, de prensa, de relaciones públicas: una manera de intentar mostrar qué es lo que se hacen, por qué se hace, y qué tipo de rentabilidad social podría tener lo que está ocurriendo en los claustros universitarios. No nos engañemos, es una necesidad que, de alguna manera, ha venido impuesta por el proceso de privatización creciente de la ciencia, la tecnología y sus instituciones. Una de las acciones, lógicamente, es mejorar sus vínculos con los medios de comunicación. Ahí siempre ha habido una polémica que, desde mi punto de vista, pasa por los andariveles equivocados.

Por un lado, al acusar al periodismo de tergiversar, de hacer amarillismo con la ciencia, o de no traducir fielmente el lenguaje de la ciencia. Me parece que es un falso dilema, porque en realidad, si nosotros miramos con atención, efectivamente hay una crisis del periodismo, que escapa al periodismo científico, o lo incluye, mejor dicho, y que tiene que ver con la crisis de la representatividad de las instituciones periodísticas en un sentido más amplio. Sin embargo, si uno mira con cierta atención, se dará cuenta de que el periodismo no hace las cosas tan mal cuando se dedica a comunicar ciencia.

Si atendemos a los estudios que se hicieron con los grandes científicos lideres de proyectos en áreas muy dinámicas, como epidemiología, células madre, etcétera, lo que va a encontrar es que, en general, los científicos reputados tienden a ver en la prensa un gran aliado. Y esto es así porque, por ejemplo, entre otras cuestiones, hay estudios que muestran que una vez que un investigador sale en la prensa, o que un equipo de investigación sale en la prensa, aumentan considerablemente la probabilidad de que sus investigaciones puedan ser citadas en la literatura científica por sus pares.

Que es lo que da prestigio…

Exacto. Y esto quiere decir, además, que los medios juegan un papel fundamental, no solo como correas de transmisión con la sociedad, sino incluso en el propio ámbito de las instituciones científicas. Por eso a los periodistas se les busca constantemente, y por eso las universidades se han preocupado por fortalecer los vínculos con el periodismo científico. Yo diría que tenemos un periodismo científico en América Latina que está en vías de profesionalización. ¿Esto qué quiere decir? Que empiezan a aparecer, no solo más espacios y lugares para que los periodistas que se dediquen exclusivamente a temas de ciencia, o que están interesados en hacerlo, puedan hacerlo; sino también, y cada vez más, canales de formación, más oportunidades de formación. Empiezan a tener también, de alguna manera, mayor predicamento: cada vez hay más periodistas que escriben de esto, y los medios cada vez les reservan más espacio.

En definitiva, la ciencia ya no puede ser ignorada por los medios de comunicación. Ese proceso de profesionalización de la práctica periodística, desde mi punto de vista, va a llevar a que con el tiempo los periodistas también sean capaces, y este es el verdadero desafío del periodismo científico, en su relación con las universidades, por ejemplo, a que también sean capaces, de alguna manera, de funcionar como funciona el periodismo político o el periodismo económico, es decir como controladores democráticos. Con esa función que tiene el buen periodismo de cuestionar los poderes establecidos. Y la ciencia, de hecho, forma parte de uno de esos poderes.

Esto no quiere decir que no se insista, también desde el periodismo, en la necesidad de desarrollar la ciencia en nuestros países. Eso es vital; y es, si quieres, de grado cero en muchas cuestiones. Pero en absoluto quiere decir que los periodistas no deban cuestionar, por ejemplo, la acción de las universidades, o no deban preguntarse también acerca de las intenciones que llevan a las universidades a mostrar qué es lo que hacen. Desde luego, esto fortalece el diálogo y el clima democrático en la institución.

De los datos de sus encuestas se extrae que el período de formación primaria es clave para que se desarrolle posteriormente un interés con respecto a las ciencias. ¿Qué tipo de actuaciones se deben llevar a cabo en ese ámbito?

Sí. Verás, nosotros no hemos hecho tanto estudios sobre el nivel primario como sobre el secundario, pero sí es cierto lo que planteas. Hay muchos estudios, y en cierto modo es algo de sentido común, que señalan la preponderancia fundamental que tienen esas primeras formas de seducir a los jóvenes y a los niños a hacerse las preguntas que la ciencia se hace. Creo que es un momento fundamental. Por eso me parece importante que se haya recogido a nivel iberoamericano una iniciativa como las Metas 2021, que intentan, por una parte fortalecer los sistemas educativos de la región, y al mismo tiempo colocar entre sus indicadores de logro el lograr que haya cada vez más jóvenes interesados en elegir carreras científico-tecnológicas, que por otra parte son carreras de futuro, y de las que, en gran medida, depende el futuro de nuestras sociedades.

Por otra parte, también me parece importante el hecho de que esto se haga en el marco de lo que se ha dado en llamar el Espacio Iberoamericano para el Conocimiento. Porque una de las cuestiones que tienen que lograr aún nuestros sistemas científicos y educativos es generar las condiciones para que ese atractivo sea efectivamente atractivo. Es decir: generar condiciones propicias para que los jóvenes vean atractivos en estos ámbitos. Creo que en ese sentido hay cosas positivas que están ocurriendo en la región, como entregas de becas, la posibilidad de mostrar qué es lo que hacen las instituciones de ciencia y no desligar a esas instituciones de la vida civil y política cotidiana; que permiten apreciar la ciencia no simplemente por hacer cosas decorativas, o como algo bueno pero que nadie sabe muy bien para qué sirve.

Es justamente lo contrario: es mostrar cómo la ciencia está implicada en la economía, en el desarrollo de los problemas habitacionales, en la proporción de nuestros recursos naturales, en el ordenamiento del tráfico urbano, la gestión de los residuos, en las esferas de las decisiones políticas, etcétera. Creo que eso es importante. Pero también creo que hay una serie de desafíos objetivos y muchas problemáticas que hay que atender; tenemos todavía sistemas educativos que a nivel primario y secundario tienen aún muchas falencias estructurales que solventar: desde la propia formación a los profesores del nivel secundario y primario, hasta cuestiones de estructuras edilicias.

Se lo digo yo, un licenciado en Historia que no tuvo nunca ningún interés por las ciencias en el colegio.

Bueno, lo que muestra claramente la Encuesta que hemos realizado, la que está a punto de publicarse por la OEI, una encuesta a casi 9.000 jóvenes de 7 grandes ciudades iberoamericanas, es que entre los factores que claramente desalientan a los jóvenes a sentirse cómodos con una carrera científica (ingenierías, ciencias exactas y naturales), hay dos que se destacan bastante. Uno es la dificultad para la comprensión de los contenidos, algo que ya conocemos sobremanera; pero hay otro que se destaca también fuerte, y que tiene que ver con el aburrimiento, es decir, con que los jóvenes perciben que los contenidos y las formas de enseñanza no se adecúan estrictamente a sus expectativas.

Estos dos factores resultan bastante más importantes, debo decir, que las cuestiones del mercado laboral o de las posibilidades de inserción; son más importantes que otros factores que también son clave. Lo que nos está diciendo la Encuesta es que los jóvenes ponen la mirada en aquello que les es cotidiano, y lo que les es cotidiano es la escuela. Por lo tanto es ahí donde creo que radican algunas de las problemáticas que deberíamos tratar de satisfacer. Hay que atender a los jóvenes en esa necesidad que, de alguna manera, están manifestando.

¿Qué es eso de la Economía del Conocimiento?

Bueno, es más o menos lo que veníamos hablando, ¿no? Tiene que ver con la posibilidad de que la ciencia y la tecnología se transformen en un recurso de crecimiento económico y social. Desde luego que caeríamos en una ingenuidad si creyéramos en un modelo de desarrollo lineal, tan fuertemente criticado desde los estudios de la ciencia: es decir, pensar que tener ciencia en una punta equivale a tener bienestar social en la otra. No debemos caer en esta ingenuidad. Pero lo que sí parece cierto es que hay una cierta concordancia entre el índice de desarrollo humano y el índice de inversión en ciencia y tecnología. Aquellos países que, de alguna manera, aparecen como despegados en las fronteras del conocimiento, cuyas economías son competitivas o más dinámicas, son países en los que claramente sus empresas y administraciones están apostando fuertemente por la economía del conocimiento, por la innovación, por la ciencia y la tecnología, por generar un valor agregado a sus inversiones, a sus cadenas productivas. Hacemos referencia a eso cuando hablamos de Economía del Conocimiento, que no es otra cosa que lo que también se ha venido planeando en el marco del Espacio Iberoamericano para el Conocimiento, ¿no?

¿Quién accede al Máster en Gestión de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación? Y, aunque sea una pregunta de respuesta obvia, ¿por qué es necesaria la implementación de este tipo de conocimientos?

Sinceramente, aunque el máster se imparte a través de REDES, y yo soy profesor del mismo no conozco exactamente todos los perfiles, ni la procedencia de los alumnos, pero puedo decirte que, por lo general, hay unos intereses muy claros en personas que están vinculados al mundo de la economía y al de la gestión de las instituciones científicas. Me parece que hay una necesidad imperante en nuestros países de fortalecer las esferas profesionales y técnicas vinculadas a lo que es la gestión de la ciencia, que es, precisamente, una de las ventanas de oportunidad que ofrece el Máster. Por un lado, está claro que necesitamos tener científicos, tecnólogos y políticos que de alguna manera lleven adelante las legislaciones acerca de la ciencia, que se dediquen a promocionar la ciencia y a llevar las discusiones sobre ésta al Parlamento.

Pero no es menos cierto que para que esto pueda ocurrir, se necesitan especialistas capacitados en manejar el lenguaje de interfaz, en gestionar esa política y gestionar las propias instituciones científicas. Han de conocer un poco el mundo de los mercados, el mundo de los negocios, el mundo de la empresa, y también el mundo de los investigadores, que no necesariamente es coincidente con el del mercado, ¿verdad? Solo esos interfaces hacen posible que haya una cantera de profesionales; y éstos, de alguna forma, están requiriendo este tipo de formación. Entre otras cosas, porque las instituciones lo están demandando también.

Y para terminar, ¿podría funcionar Redes, o funciona, como un organismo asesor en algún ámbito de la política?

Sí. En algunos casos, de hecho, REDES ha funcionado como tal; hemos hecho diagnósticos a pedido de organismos internacionales y ha pedido de organismos o instituciones de investigación públicas en algunos países de América Latina. Una función que tiene que ver con, por ejemplo, diseñar programas de evaluación de los indicadores de impacto de las políticas de los organismos, o con diseñar las herramientas para que los organismos puedan saber cuál es la trayectoria de los proyectos que financian, de las decisiones que toman en materia de política. En ese sentido, sí hay una función consultiva en REDES, en esta serie de diagnósticos. Es algo que, de alguna manera, sí forma parte de esas capacidades que tiene REDES, entre otras.

Fuente: OEI-AECID-FECYT-Universidad de Oviedo
Derechos: Creative Commons
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