Perseguir avutardas con un avión hasta derribarlas con las alas, recitar el Tratado de Mecánica Celeste en verso o traducir el trabajo de los serenos en una fórmula matemática son algunos de los absurdos proyectos de los miembros del Hyperclub. Fundado en Madrid en 1920 por científicos y militares, la falta de sentido común era el requisito imprescindible para ser aceptado como socio.
En octubre de 1920, en medio de un revolucionado ambiente científico que intentaba asimilar la mecánica cuántica, la relatividad y otras nuevas ideas que parecían contradecir el razonamiento lógico, un grupo de intelectuales españoles con mucho sentido del humor fundaron en Madrid el Hyperclub.
Era una sociedad selecta y solamente aceptaba socios que hubieran llevado a cabo algún proyecto insensato, o que presentaran algún estudio que fuera contra la lógica o la intuición.
“La falta de sentido común era el ideal del club, y sus miembros debían personificar este ideal al formular sus proyectos”, explica a SINC Thomas Glick, profesor de Historia medieval española e Historia de la ciencia y la tecnología en la Universidad de Boston (EEUU).
En sus reuniones solamente se tenían en cuenta ideas y proyectos disparatados, como, por ejemplo, la propuesta del aviador José Rodríguez Díaz de Lecea de perseguir avutardas hasta derribarlas con las alas del aeroplano; o la transcripción al verso en castellano del Tratado de Mecánica Celeste del científico Laplace que hizo el aviador vasco Legórburu.
En otra ocasión, en un absurdo arrebato, el aviador Gómez Spencer concibió una fórmula matemática que determinaba la jornada de trabajo de los serenos de Madrid.
“La formula era inversamente proporcional a la latitud, de forma que los serenos que trabajaran en el polo norte o el sur tendrían seis meses de vacaciones al año”, explica Glick, quien tuvo la oportunidad de entrevistarse con el aviador en 1980.
Reuniones junto al psiquiátrico
Era frecuente que el ingeniero Emilio Herrera, presidente de la sociedad, llevara al club las extravagantes propuestas que le llegaban de ciudadanos que aseguraban saber cómo llegar a la Luna o diseñar un motor que no necesitara combustible.
Una de las cartas que Herrera compartió con sus colegas del club exponía con detalle un sistema para llegar a la estratosfera que aprovechaba el peso de los pilotos y pasajeros gracias a un sistema de émbolos.
Ingenieros, intelectuales y pilotos militares se mezclaban en las reuniones que tenían lugar en el Aeroclub de Madrid, cerca de un hospital psiquiátrico que los miembros consideraban paso previo obligatorio para la entrada en el Hyperclub.
“De acuerdo con los estatutos, escritos por el propio Herrera, el presidente debía referirse a los miembros de usted, pero los miembros debían utilizar el informal ‘tú’ cuando se dirigían al presidente”, indica Glick.
Entre los socios se contaban Juan de la Cierva, inventor del autogiro; Mariano Moreno Caracciolo, divulgador de la relatividad; el coronel de ingenieros Joaquín de la Llave y Sierra; los aviadores Alejandro Gómez Spencer y José Rodríguez y Díaz de Lecea; el pintor y escritor Ricardo Baroja; Federico Lafuente, escritor; Juan Viniegra, ingeniero hidrógrafo; José María Legórburu; y Emilio Herrera, al que su aventura en globo la Nochebuena de 1907, cuando un aguacero le hizo descender y quedar atrapado entre un grupo de madrileños borrachos, le valió la entrada como miembro. La mayoría de ellos eran militares a la vez que hombres de ciencia.
La disolución del club y un plan para bombardear el Pardo
En estos primeros años del siglo XX, proliferaban en el mundillo científico las llamadas hiperciencias, que inspiraron muchas de las reuniones. “El nombre del club viene de hiperespacio, es decir, un espacio de cuatro o más dimensiones, que se corresponde con un área de la geometría llamada geometría de n dimensiones”, indica Glick.
Al comenzar la guerra civil española, cada miembro tomo partido por el bando al que se consideraba más afín. El grupo quedó disuelto y el Hyperclub desapareció.
Emilio Herrera y Ricardo Baroja, hermano del novelista Pío Baroja, fueron dos de los simpatizantes de la República. El primero acabó exiliado en Francia y el segundo se retiró a su caserío de Vera de Bidasoa (Navarra).
Tras la guerra se cartearon para mantener el contacto y recordar sus divertidas reuniones. En una de las cartas, Ricardo Baroja le pide a Herrera, por entonces Ministro de Asuntos Militares de la República en el exilio, que le facilite un avión y un piloto para bombardear el palacio del Pardo. La contestación de Herrera no se hace esperar, diciéndole que su petición mostraba tal falta de cordura que le hacía merecedor del título de presidente del Hyperclub.
En la actualidad, tampoco faltan muestras de humor entre los científicos de todo el mundo. Dos ejemplos son los premios Ignobel, un galardón que concede a científicos cuyas investigaciones “hacen a la gente reír y luego pensar” y la revista de humor Journal of Irreproducible Results.