Los habitantes de la más joven de las islas Canarias se han acostumbrado a convivir con un volcán submarino situado a solo dos kilómetros del pequeño municipio de La Restinga. Tras meses de intensa actividad, el cono se ha estabilizado, lo que mantiene en tierra a los pescadores. Mientras, los escolares herreños ya sueñan con ser vulcanólogos.
Aitana escucha con atención a sus compañeros. Cuando le toca su turno, no titubea: “Vivo encima de un volcán, en una montaña que es un volcán, en Tanajara”. La seguridad de sus palabras deja unos segundos sin habla a la clase, momento que ella aprovecha para dibujar mientras se pregunta qué tiene de raro su casa.
Aitana tiene nueve años y estudia en el Colegio Público Taibique de El Pinar (El Hierro). Al contrario que la mayoría de los alumnos, ella sí había oído hablar de volcanes antes de la erupción en el Mar de Las Calmas. Para ella los temblores que se han registrado estos meses en la isla han sido divertidos pero para otros niños, no tanto. Naiara, de ocho años, tuvo pesadillas. Su compañero Celano, un año mayor, la tranquiliza: “No hay que tener ningún miedo, sino curiosidad por ver qué es lo que va a pasar”.
Él diferencia perfectamente el tremor del temblor y se lo explica a los demás con ese ritmo pausado de los canarios. “El tremor son como líneas que indican la fuerza con que está erupcionando el volcán, y el temblor es un movimiento de tierras”, distingue mientras dibuja la señal de tremor en el aire.
Canciones contra el miedo
José Luis Brito, el tutor de todos ellos, asiente mientras les escucha. Residente en El Hierro desde hace quince años, el profesor ha conseguido que los niños experimenten con naturalidad la erupción volcánica. Con ellos vivió la evacuación del centro escolar cuando la situación era más tensa y con ellos vigila ahora el volcán desde Tanajara, la montaña de Aitana. “Estamos jugando a ser científicos, analizando las rocas, describiéndolas y midiéndolas”, explica.
Desde su punto de vista, el surgimiento del volcán les ha servido para saber actuar ante fenómenos de este tipo. “Si antes un terremoto era el movimiento de un camión que pasaba por la calle, ahora ya sabemos lo que es y cómo tenemos que actuar”, asegura.
Y los niños confirman esta teoría. Todos saben qué es lo que tienen que hacer si de pronto se registra un seísmo: “Meternos debajo de las mesas”, gritan al unísono. Si por el contrario, lo que se produce es una evacuación, el protocolo cambia. “Nos ponemos en fila y las últimas, Elia y Nuria, apagan la luz y cierran la puerta”, afirman.
Hasta los más pequeños del colegio, los de tres a cinco años, se han aprendido las reglas gracias a una sencilla canción inventada por sus profesoras: “El suelo tiembla, tiembla, tiembla y todos nos metemos debajo de la mesa”.
Paciencia y más paciencia
Cuando se han cumplido casi cinco meses desde el comienzo de la erupción, tanto los niños como los adultos herreños viven con calma su sorprendente actividad. El semáforo amarillo sigue establecido en toda la isla y el semáforo rojo, solo en el foco eruptivo, dos kilómetros océano adentro desde el puerto de La Restinga. Por seguridad, esta medida no permite ni el vuelo ni la navegación en un radio de cuatro millas marinas.
La Capitanía Marítima de Santa Cruz de Tenerife ha autorizado abrir un corredor de salida y acceso a La Restinga, en dirección sur, en una línea paralela a la costa a 0,25 millas y de 4 millas de longitud. Este acceso solo podrá ser utilizado por los clubes de buceo, y quedarán prohibidas la pesca, las actividades deportivas y las recreativas.
Y la población cumple las restricciones al pie de la letra, con la misma paciencia con la que han acatado las instrucciones de seguridad todos estos meses. “Lo más importante de esta crisis ha sido el comportamiento de la gente”, asegura Mª Carmen Morales, consejera de Seguridad, Emergencia, Sanidad y Servicios Sociales del Cabildo de El Hierro. “Alabo al pueblo herreño porque se comportó de una manera ejemplar en todas las circunstancias: cuando les informábamos, cuando les solicitábamos ayuda, en la evacuación, en la paciencia de estar fuera de tu casa muchos días y a ver qué pasa”, enumera la titular de Seguridad.
Como una vecina más, ella vivió con tensión los días más críticos, a mediados de octubre y a principios de noviembre, pero no tanto porque sintiera miedo sino por el alarmismo que le llegaba desde fuera de la isla. “Amigos míos me decían que tenían pensado venir pero que con lo que estaba pasando, no se atrevían”, afirma. Y en este punto considera que algunos medios de comunicación contribuyeron a aumentar el miedo, con informaciones demasiado alarmistas.
A José Luis Brito lo que le impresionó de esos días fue, por ejemplo, ver 20 coches de la Cruz Roja en la gasolinera llenando el depósito. Reconoce que nunca llegó a hacer la maleta para una posible evacuación. “Lo único que preparé fue la cámara de fotos y la de vídeo”, bromea aunque admite que a los vecinos de La Restinga, evacuados en dos ocasiones, sí les hizo falta.
Los ayuntamientos, en emergencia social
Mientras tanto, el volcán sigue su propio ritmo, con una estabilidad que desespera a pescadores, hosteleros y submarinistas de La Restinga. Roel roza los 50 años y lleva toda la vida viviendo del mar de este pequeño pueblo. “Ahora estamos parados”, se lamenta. Su día a día pasa lento, sin nada que hacer más que hablar con otros pescadores mientras observan sentados el burbujeo del volcán, que parece impasible a su dramática situación. “Con 50 años y toda la vida dedicada al mar, ¿dónde vamos ahora?”, se pregunta.
El gobierno de Canarias les ha dado una ayuda económica de tres meses y después, esperan apoyo de Bruselas. También tienen esperanzas en el papel del gobierno central. El ministro de Industria, José Manuel Soria, ha anunciado recientemente una inversión de 5,48 millones de euros para la isla, en concepto de ayudas, subvenciones y créditos blandos para el sector turístico y las pymes, afectadas por la erupción.
Mientras llega o no llega este dinero, Roel desmiente que puedan pescar en otras zonas de la isla, como se ha llegado a decir. Dadas las pequeñas dimensiones de El Hierro, si se movieran a cualquier otro puerto, “la quemaríamos”, asegura, y denuncia que hay pesca deportiva que sí está pescando en el norte, con la consiguiente sobreexplotación que eso conlleva.
Los tres ayuntamientos herreños, el de Valverde, el de Frontera y el del El Pinar, se han declarado en situación de emergencia social. No pueden acogerse a la situación de zona catastrófica porque no se han producido daños materiales “aunque sí hay destrozo económico”, recalca la consejera. Las dificultades económicas han obligado a diferentes familias a abandonar la isla. De los 26 niños que empezaron el curso del que José Luis Brito es tutor, actualmente siguen 20.
Un baño no recomendado
El caso opuesto lo encontramos en Stig. Este catedrático finlandés jubilado lleva un decenio viniendo a El Hierro en la época invernal. A sus 75 años le interrumpimos a punto de darse un baño en el puerto de La Restinga. En un perfecto español nos explica que su mujer es colombiana y que todos los años pasan dos meses en la isla. “Este año hemos reflexionado si venir a causa del volcán y finalmente hemos decidido compartir el destino con los herreños”, señala. A pesar de que el baño no está recomendado, él no teme bañarse y bromea con el sabor del agua. “Sabe a azufre y hay menos visibilidad”, afirma.
Pero no es el único que se baña en el puerto. Los vecinos del pueblo también aprovechan los rayos del sol para darse un chapuzón en las frías aguas. Aunque los peces se hayan muerto por falta de oxígeno debido a las emisiones de los gases volcánicos, abundan especies como las lapas o las medusas, estas últimas alrededor del foco eruptivo. Las gaviotas sobrevuelan a diario la zona y son inmortalizadas por Ezio, un jubilado italiano dueño de una pizzería en La Restinga, que cada día escruta el horizonte con su cámara en busca del volcán.
Para todos ellos y para otros vecinos como Donato, Carmen, Kai, Alejandro y Ramón, observar el océano en busca del burbujeo se ha convertido en un hábito diario. Y aunque el volcán esté asfixiando la situación económica del pequeño municipio, ninguno puede evitar disfrutar con el increíble espectáculo que se está viviendo a solo unos metros de sus casas.
No hay que olvidar que la isla ha sufrido diferentes catástrofes naturales a lo largo de su historia como riadas, inundaciones, incendios y temporales, y los vecinos han encontrado el coraje y la fuerza para superar todas las adversidades. “Siempre hemos salido adelante y ahora también vamos a salir, con o sin ayuda”, asegura tajante la consejera de Seguridad.
La disminución de la señal de tremor y un magma más evolucionado indican a los científicos que el volcán se encuentra en una fase de estabilización pero eso no significa que haya llegado su final. “No sabemos si en algún momento puede haber una realimentación del sistema con nuevo magma que le dé más continuidad”, matiza Carmen López, directora del Observatorio de Geofísica Central y responsable de la vigilancia volcánica del Instituto Geográfico Nacional (IGN).
Como todo proceso natural, llegará un momento en que terminará pero los científicos no saben cuándo. Mientras tanto, el volcán sigue arrojando minerales al fondo marino, convirtiéndose en el abono perfecto para que la Reserva Marina que es el Mar de Las Calmas vuelva a rebosar de organismos en un período no muy lejano. “Los volcanes han sido siempre fuente de vida”, asegura la vulcanóloga. “Cuando esto pase, toda esa cantidad de minerales y sustancias van a empezar a enriquecer a la cadena de alimentación y van a dar un ecosistema más reforzado”, añade.
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Con la estabilización del volcán, la sensación de inseguridad e incertidumbre que vivieron los vecinos en los meses de octubre y noviembre ha remitido. “Aunque sea un fenómeno natural, la situación genera estrés y ansiedad”, indica Elena Borges, psicóloga clínica. Para que los niños vivan el fenómeno sin alterarse, recomienda explicarles lo que va sucediendo con naturalidad, tal y como han hecho los profesores de la isla.
La respuesta ha sido tan positiva que algunos de los pequeños ahora quieren ser vulcanólogos. Es el caso de Gabriel, de 9 años. “Me gustó ver al volcán echar humo y quiero trabajar en eso”, asegura. Y de un futuro vulcanólogo a una reconocida vulcanóloga, como es Carmen López. “Estos niños tienen ahora mismo la educación necesaria y solo hace falta mantenerla porque seguramente serán los adultos de la próxima erupción”, pronostica. En su opinión, Gabriel y sus compañeros serían muy buenos vulcanólogos porque la experiencia ya la tienen.