Cuando Charles Darwin visitó las islas Azores en el siglo XIX, observó aves que le eran familiares; pero si hubiera viajado 500 años antes se habría encontrado con una ornitofauna tan peculiar como la de las Galápagos. El reciente hallazgo en este archipiélago y en el de Madeira de cinco especies extintas de rascones, que pierden la capacidad de volar al evolucionar en las islas, confirma su fragilidad ante cambios como los que debieron producirse tras las primeras visitas humanas, hace más de 500 años.
En septiembre de 1836, el naturalista británico Charles Darwin visitó el archipiélago de las Azores en el viaje de retorno a Reino Unido del HMS Beagle, tras más de cuatro años recorriendo el mundo. En su diario únicamente mencionó la existencia de estorninos, lavanderas, pinzones y mirlos; pero en las islas yacían los restos de otras aves que unos siglos antes de su visita poblaban las islas. Un nuevo estudio, publicado en Zootaxa, destaca ahora el hallazgo de cinco rascones extintos, dos en Madeira y tres en Azores.
La exploración paleontológica de investigadores españoles, alemanes y portugueses ha permitido “descubrir estas especies de aves que desaparecieron muy probablemente tras la llegada de los humanos y sus adláteres, como ratones, ratas y gatos”, indica a Sinc Josep Antoni Alcover, investigador del CSIC que trabaja en el Institut Mediterrani d’Estudis Avançats (IMEDEA-CSIC/UIB), coautor del trabajo.
Se trata del rascón de Madeira (Rallus lowei) –una especie de cuerpo muy robusto y no voladora–, el rascón de Porto Santo (Rallus adolfocaesaris) –grácil y probablemente poco volador–, el rascón de São Miguel (Rallus carvaoensis) –de tamaño bastante pequeño, robusto, no volador y de pico algo curvado–, el rascón de Pico (Rallus montivagorum) –algo mayor que el anterior (pero menor que el continental), grácil y poco volador–, y el rascón de São Jorge (Rallus “minutus”) –más bien diminuto, relativamente robusto, de patas cortas y no volador y cuyo nombre científico no es definitivo–.
Según las dataciones obtenidas sobre sus huesos, o sobre los de otras especies encontradas asociadas a ellos, estas cinco especies extintas vivieron hasta una época bastante reciente, sobre todo, los rascones de las Azores. “Por lo menos alguna de las especies sobrevivió hasta el siglo XV, por lo que nos encontramos ante un proceso de extinciones muy reciente”, recalca Alcover.
Para el científico, en Madeira la extinción puede haber estado relacionada con una eventual visita de los vikingos –aún está por comprobar si fue una colonización– que pudieron haber transportado ratones a la isla. Estos habrían ocasionado la desaparición de rascones y otras aves.
“Los restos óseos de aves endémicas que están apareciendo ahora demuestran que si Darwin hubiese podido estudiar los fósiles que escondían estas islas, o si las hubiese visitado 500 años antes, se hubiese encontrado con una ornitofauna mucho más singular, repleta de especies endémicas de aves, como la que se encontró en las Galápagos”, destaca Alcover.
Aves de hábitos terrestres
En la actualidad solo viven 13 especies de rascones del género Rallus. “Esto se debe a que en época reciente han desaparecido otras especies que únicamente vivían en islas”, aclara el experto. Se estima que en el Pacífico vivían unas dos o tres mil especies de rascones (rálidos) insulares. En el Atlántico, solo en las islas más remotas, como Tristan da Cunha y Gough, sobreviven en la actualidad algunas especies endémicas de rascones; pero en las Antillas, Bermuda, y en las islas de la Ascensión y Santa Helena se han encontrado especies extintas.
Cráneos de Rallus aquaticus (arriba) y Rallus "minutus" (abajo). Escala: 2 cm. / Alcover et al.
Las aves extintas descubiertas ahora en las islas de la Macaronesia “eran de tamaño menor que los rascones continentales actuales, como el rascón común o europeo (Rallus aquaticus), de los cuales muy probablemente derivan”, asegura Alcover. Los fósiles hallados permiten comprobar también que todas estas especies presentaban una reducción en su capacidad de volar. “Algunas fueron totalmente incapaces de un vuelo regular”, revela el investigador.
Mientras que en los continentes los rascones viven cerca del agua, en las islas ocupan hábitats más terrestres. La razón es que para vivir en las islas evolucionan de manera diferente, hasta el punto de originar especies endémicas insulares. Esta evolución implica cambios en su tamaño y proporciones corporales y una disminución o pérdida total de su capacidad de volar, por eso son más caminadores.
“Debido a ello, los rascones que llegan a las islas y evolucionan en ellas pierden su capacidad dispersiva: no pueden salir de las islas y quedan encerrados en los limitados territorios insulares, por lo que presentan una área de distribución sumamente restringida”, concreta el científico.
Esta circunstancia hace que también sean muy proclives a la extinción cuando la ecología de las islas se modifica (como, por ejemplo, cuando son colonizadas por los humanos). “La historia de los rascones insulares es una historia intensa de evolución y, frecuentemente, extinción”, subraya Alcover.
La punta del iceberg de la diversidad
Los restos fósiles que se están encontrando en los archipiélagos de Madeira y Azores reflejan una parte de toda la diversidad que habitaba en estas islas, y que ahora se está empezando a conocer.
A las cinco especies de rascones descritas en este trabajo se unen otras, como dos especies endémicas de autillos. “Son solo la punta del iceberg de lo que está por venir en cuanto al conocimiento de la fauna ornítica originaria de estas islas”, confiesan los autores.
“La existencia en el pasado de especies endémicas de autillos y rascones apunta a la gran magnitud de devastación que han sufrido las aves en las islas atlánticas tras la llegada de los humanos y su fauna acompañante”, concluyen los científicos.
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Referencia bibliográfica:
Alcover, Josep Antoni; Pieper, Harald; Pereira, Fernando; Rando, Juan Carlos. “Five new extinct species of rails (Aves: Gruiformes: Rallidae) from the Macaronesian Islands (North Atlantic Ocean)” Zootaxa 4057(2): 151-190 diciembre de 2015
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