Actualmente en España se apunta a la inversión en I+D como motor para salir de la crisis. Sin embargo, estos fondos no siempre se ven traducidos en riqueza para el país. La economista Julia Lane lo sabe de primera mano. Creadora y fundadora del programa Star metrics, que está liderado por los Institutos Nacionales de Salud, la National Science Foundation y la Oficina de Ciencia y Política de Tecnología de la Casa Blanca, lleva años estudiando cómo evaluar y medir las inversiones en ciencia e innovación.
Ha trabajado en la National Science Fountation, ha formado parte del grupo reclutado por la Casa Blanca para dirigir el desarrollo del sistema nacional de I+D en EE UU y son múltiples sus trabajos en el desarrollo de programas para medir dónde y cómo invertir en innovación. ¿Por qué es tan compleja la I+D?
Es complicada porque es una actividad humana que está fundamentada en la creación, transmisión y adopción de ideas. Se genera cuando la gente se comunica de forma recíproca y también interactuando con empresas. Es un proceso de múltiples pasos que no tienen por qué ir todos en la misma dirección, sino que las direcciones pueden ser múltiples, de ahí la complejidad. Hay mucha gente trabajando en diferentes áreas y comunicándose de formas diferentes.
¿Qué papel tienen las métricas –la medición de las actividades científicas con indicadores– en el reparto de los fondos para la innovación?
En realidad lo importante es construir y comprender el proceso científico como paso previo a la construcción de esas métricas. Es decir, tienes que entender qué estás midiendo antes de desarrollar estos indicadores, ya que lo que mides es lo que obtienes. Si tú les dices a los investigadores que vas a medir una cosa concreta, entonces ellos se van a centrar en producir eso que les estás pidiendo. Por ejemplo, si contamos solo las publicaciones en revistas científicas, lo que obtenemos es un gran número de impactos en este campo.
¿Y qué hay que medir para valorar dónde invertir el dinero destinado a la I+D?
Las ideas en ciencia parten de muchas fuentes. Surgen de los estudiantes, por lo que es necesario saber cómo los estamos formando. También hay que pensar cómo colaborar con las empresas. Y hace falta saber de qué manera se están comunicando los científicos más jóvenes, que no es necesariamente a través de publicaciones; se pueden comunicar con blogs, vídeos en YouTube, etc. Todo eso hay que medirlo.
Si es tan heterogéneo y hay tantas formas de hacer ciencia, ¿cómo se desarrollan estos indicadores?
Casi la totalidad de los datos ya existen, el problema está en cómo incorporarlos a un sistema que los capture y permita consultarlos. Se puede hacer desde las universidades, encargárselo a una agencia o que ambas trabajen en colaboración. Lo ideal es esta última opción, para que la ciencia consiga el apoyo necesario es fundamental que las instituciones colaboren.
Ahora trabaja en los American Institutes for Research. ¿Tienen algún proyecto en proceso para que esta colaboración sea posible?
Hemos creado el proyecto denominado R+D Dashboard al que se puede acceder a través de internet. Pinchando en el mapa de EE UU, permite localizar instituciones científicas por regiones, por áreas temáticas, consultar su número de patentes, etc. Desde cualquier parte del mundo se puede saber, por ejemplo, qué se está haciendo en Ohio sobre un tema científico y en un centro de investigación concreto.
Esto puede servir para identificar a las estrellas científicas de cada materia en cada parte del mundo, localizarlas en su institución y saber exactamente qué están haciendo en cada momento, ¿no es así?
Eso es, puedes consultar sobre el mapa todo lo que quieras. Empezamos a desarrollar este proyecto en EE UU y estamos comenzando a extenderlo a otros países.
¿Puede dar algún ejemplo de país que haya hecho un gran esfuerzo de inversión en innovación y no haya obtenido riqueza a través de ello?
Publiqué un artículo en la revista Science titulado ‘Evaluación del impacto de la inversión en ciencia’ en el que explicaba esto mismo. El argumento clásico de los economistas determina que la inversión en I+D generó tres cuartas partes del crecimiento económico en los EE UU en los años 90. Sin embargo existen casos de países que han invertido en I+D y no han tenido ese impacto económico esperado. En este artículo hablo de la experiencia japonesa y sueca, que han gastado mucho dinero en innovación y no han visto resultados.
¿Cuál es la clave entonces para que las inversiones en I+D creen crecimiento económico?
La mayoría de la gente cree que la I+D es como una caja negra, que pones dinero dentro y por arte de magia genera riqueza. Puedes pensar que si gastas el 3% de tus fondos en I+D va a suceder algo maravilloso, pero no es así. Antes debes tener claro por qué vas a invertirlo y en qué. Para ello hay que entender cómo afectan las inversiones en las actividades de los científicos.
La gente se pregunta dónde se invierte el dinero de sus impuestos, y ahora cada vez más. ¿Cómo se puede hacer llegar esa información a la sociedad?
En eso estamos trabajando ahora mismo. Hay que desarrollar un enfoque sistemático que describa las conexiones entre la financiación, los científicos y los resultados de las investigaciones. Lo que se ha hecho hasta ahora era solo enseñar a los ciudadanos los resultados, pero hay que poner el foco de atención en la ciencia que hay detrás y en los científicos que la desarrollan.