Ayer el municipio catalán de Olesa de Bonesvalls celebró el 750º aniversario de su hospital medieval con la intención de prestarle la atención que merece. A pesar de ser uno de los mejor conservados de España, no hay planes para su recuperación. En su historia está el germen de las clínicas actuales, que mucho le deben a la medicina monacal. Hasta el siglo XII, los monasterios fueron los administradores de las órdenes hospitalarias, donde se acogían pobres, peregrinos y enfermos.
Olesa de Bonesvalls es un pueblo catalán como tantos. La peculiaridad que lo distingue del resto es el Hospital de Cervelló, del siglo XIII, que ha recogido la historia médica y social de las tierras que lo rodean. Su edificio, construido durante el reino de Aragón en la depresión del Panadés en pleno macizo del Garraf, celebró ayer 750 años. Es uno de los mejor conservados de todos aquellos hospitales medievales que fueron la semilla de los actuales centros sanitarios.
El Hospital de Cervelló –nombre que recibe en honor a su fundador, el noble Guillem de Cervelló–, de estilo gótico, se construyó cerca de un camino muy transitado y de difícil acceso para las carretas. El itinerario, documentado desde el año 900, recorría todos los pueblos que unían a las actuales Barcelona y Villafranca del Panadés. “Era la travesía más directa entre las dos”, dice a SINC Josep Capmany, estudioso local y presidente del Centro de Estudios de Gavà. Pero cuando a finales del siglo XVIII se dibujó una nueva ruta –por donde hoy pasa la carretera nacional 340– la institución fue perdiendo protagonismo.
“Su estado es crítico y nosotros no tenemos dinero para recuperarlo, por eso hemos pedido el apoyo de instituciones”, dice a SINC Xavier Armengol, delegado de patrimonio del arzobispado de San Feliú de Llobregat, a quien pertenece el hospital. Por su parte, el consistorio ha hecho poco por mantenerlo porque se trata de un edificio privado de la iglesia. Sin embargo, Josep Maria Tillo, regidor de Cultura, admite: “Tenemos la impresión de que ha quedado en el olvido y queremos que se vuelva a hablar de él”.
Mientras todos discuten, una familia, la de los Mitjans, vive en el edificio del hospital desde el siglo XVIII. “El heredero siempre se ha quedado aquí”, contesta por teléfono Francesc Mitjans, que vive junto con su madre en el histórico hospital. Sus antepasados más recientes fueron los masoveros que cultivaban las tierras del arzobispado a cambio de poder vivir en la casa, que con el paso del tiempo se convirtió en una masía. Ahora, Francesc trabaja en una fábrica. “Tal y como están las cosas, los dejamos vivir allí mientras viva la señora, pero ya hemos avisado del mal estado de algunas partes del edificio”, dice Armengol.
Precisamente ayer, 14 de octubre, se debatió sobre la conservación del legado del Hospital de Cervelló. En el marco de la fiesta mayor, representantes del arzobispado de San Feliú, el Ayuntamiento de Olesa de Bonesvalls, la Generalitat de Cataluña e historiadores medievales lo pusieron en valor en un acto simbólico abierto al pueblo.
“La idea es planificar las acciones que deberíamos llevar a cabo a partir de ahora”, cuenta Tillo. Pero el regidor de Cultura añade que la iglesia ha presupuestado entre dos y tres millones de euros para arreglar el edificio: “Eso es más que el presupuesto anual del Ayuntamiento de Olesa de Bonesvalls, donde viven 17.000 personas”.
La ley del patrimonio cultural catalán lo cataloga como bien cultural de interés nacional por tratarse de un edificio fortificado. “A nivel estructural, es uno de los hospitales mejor conservados”, cuenta a SINC Magí Miret, arqueólogo territorial del departamento de Cultura de la Generalitat.
Leprosos, apestados y peregrinos
El germen de los actuales centros hospitalarios nació durante la Alta Edad Media, a partir de la caída imperio romano en Occidente en el año 476 de nuestra era. Los académicos no se ponen de acuerdo sobre cuál pudo ser el primero. “Es una discusión histórica compleja e irrelevante”, asegura a SINC Jon Arrizabalaga, investigador de historia de la ciencia de la Institución Milà i Fontanals del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Sí se sabe que las tierras de las coronas de Aragón y de Castilla se llenaron de centros para enfermedades concretas como la peste negra, leproserías y otros destinados a peregrinos –como los del camino de Santiago–.
Todos ellos respondían a la necesidad de ayudar a los desfavorecidos y a la compasión por el dolor ajeno. No en vano, el origen de los hospitales está estrechamente ligado a la iglesia, de la que dependían estas primeras instituciones. “La gran aportación del cristianismo a la medicina occidental es el desarrollo de los actuales hospitales a partir del concepto de la caridad cristiana”, explica a SINC Alfons Zarzoso, conservador del Museo de Historia de Medicina de Cataluña.
A diferencia del edificio histórico de Olesa de Bonesvalls, la mayoría de los hospitales eran pequeños y no solían ocupar más de una estancia del monasterio. Se consideraban lugares sagrados, su función era puramente asistencial y en ellos “se cuidaba más el alma que el cuerpo de la persona”, detalla Zarzoso. El monasterio, el hospital y la tumba confluían en un mismo recinto que se asociaba con la pobreza y la muerte.
Los monjes se formaban con las obras científicas y médicas que se copiaban, traducían y transcribían en el scriptoria. También conocían las propiedades medicinales de las plantas, que cultivaban en el huerto del monasterio para tratar a los enfermos.
Hasta el siglo XII predominó la medicina que ejercían los religiosos en el infirmarium, donde practicaban la caridad hacia el necesitado. La palabra ‘hospital’ todavía conserva su esencia primitiva en una de las acepciones: “Casa que sirve para recoger pobres y peregrinos por tiempo limitado”, dice el diccionario de la Real Academia Española.
Solo para pobres
Los documentos del Hospital de Olesa de Bonesvalls dejan bien claro que en su perímetro solo se hospedarían “pobres enfermos, y los pasajeros y peregrinos verdaderamente pobres”. Otro manuscrito de 1879 revela que había más de 20 personas a la vez y durante los siglos XVIII y XIX el hospital alcanzó el mayor aforo de niños, donde se abandonaban para evitar que murieran. En 1843, la cifra de criaturas triplicaba el número de enfermos. Por eso este, como muchos otros hospitales, contaba con un servicio de nodrizas.
Los reglamentos describen la vida médica y asistencial entre sus paredes. El 'hospitalero', también llamado 'enfermero', cultivaba el mismo terreno aparte de llevar la administración interna y de los inquilinos. Su contratación establecía que no podía aceptar otro trabajo, tenía que estar casado y vivir allí mismo con su familia. También recibía un sueldo y a veces, como en Olesa de Bonesvalls, el 'hospitalero' tenía derecho “a mantener dos caballerías, una mayor y otra menor, decentemente guarnecidas” para ir en busca de un cirujano si el enfermo lo necesitaba.
A partir del siglo XII, la iglesia perdió la hegemonía de los hospitales. Los mismos centros podían ser dirigidos por órdenes no estrictamente monásticas. Sin embargo, el Hospital de Olesa de Bonesvalls siguió en manos de los monjes.
El inventario firmado por un notario el mes de julio de 1831 cuenta que 'el cuarto de los peregrinos enfermos' continuaba en funcionamiento con “una cama de pies de gallo, otra cama de lo mismo, dos colchones de lana usados, dos colchonetas, dos cojines largos de tela con lana, tres mantas de lana nueva y dos usadas, una manta muy mala, dos sillas, dos bancos pequeños de madera de pino, cuatro bancos de pino y un Sancristo”.
De la caridad del monasterio a las clínicas laicas
Inevitablemente, la medicina continuó su proceso de secularización con el surgimiento de los primeros núcleos urbanos y el nacimiento de las primeras universidades. Los hospitales dejaron su función asistencial para convertirse en lugares donde se cuidaba, se observaba y se estudiaba al enfermo, hasta el día de hoy. Ya en el siglo XV, la reforma sanitaria del Renacimiento supuso otro empujón hacia la medicalización. Los Reyes Católicos proyectaron los hospitales reales de Santiago de Compostela y Granada, y el de Santa Cruz de Toledo. En la antigua Corona de Aragón destacó el Hospital de la Santa Creu de Barcelona. A día de hoy, se conservan todos ellos.
Ayer, en Olesa de Bonesvalls, la gente del pueblo felicitaba a todas las partes implicadas en la recuperación del edificio medieval. El encuentro era un primer paso para darle el valor que merece a su patrimonio que, en realidad, forma parte de la historia de la medicina de todos.