En el Día Mundial de la Salud, la OMS recalca que ‘todo el mundo tiene un papel que desempeñar’ para alcanzar y mantener la cobertura sanitaria universal. Apenas un mes después de un histórico 8 de marzo, que ha marcado un hito en la visibilización de las contribuciones de las mujeres en todos los aspectos de la vida, es importante preguntarnos cómo es su situación en la salud pública y, más concretamente, cuál es su papel como investigadoras en este ámbito.
Las mujeres en la investigación continúan siendo una minoría y no hay evidencia de movimientos espontáneos hacia una menor segregación de género en Europa. Solo 8 de los 28 países de la Unión Europea poseen un 40% de mujeres investigadoras. Y no solo son menos, sino que además reciben un menor reconocimiento a su trabajo. En 1993, Margaret Rositer describía el llamado Efecto Matilda para expresar la existencia de prejuicios al reconocimiento de los logros de las mujeres científicas, cuyo trabajo a menudo se atribuye a sus colegas masculinos.
Veinte años después la revista Nature dedicaba un monográfico a las mujeres en la ciencia, donde se afirmaba que la ciencia sigue siendo “institucionalmente sexista” y que las científicas están peor pagadas, promocionan menos y obtienen menos proyectos que sus compañeros varones con similar cualificación. Hoy en día la carrera investigadora de las mujeres sigue caracterizada por una intensa segregación vertical, el llamado ‘techo de cristal’.
Aunque la situación parece ser algo mejor en las generaciones jóvenes de mujeres académicas, la brecha de género sigue siendo desproporcionadamente alta teniendo en cuenta la elevada proporción de mujeres que ingresan en la universidad. Esto pone en cuestión la hipótesis de que las mujeres alcanzarán a los varones en los años sucesivos.
La salud pública no es ajena a estos fenómenos que, en mayor o menor grado, se producen en todos los campos del quehacer científico. A finales de los años 90, un grupo de mujeres profesionales de este ámbito constituyó el Grupo de Género y Salud Pública de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS), con el propósito de visibilizar las desigualdades de género en las sociedades federadas (12 que integran a casi 4.000 socios y socias).
En el primer artículo sobre el tema se concluía que, a pesar de ser un 40% de socias, las mujeres habían estado escasamente representadas en los puestos donde se tomaban las decisiones y en los de reconocimiento profesional.
Es más, en el Informe SESPAS 2004 La salud pública desde la perspectiva de género y clase social, se llegaba a conclusiones desalentadoras: seguía existiendo una segregación vertical en las sociedades científicas de SESPAS y en los equipos editoriales de las publicaciones de salud pública (con un predominio de hombres en puestos de dirección) y se evidenciaban prácticas androcéntricas en las revistas de salud pública (por ejemplo, la firma de artículos utilizando solo la inicial, de forma que quedaba invisible la contribución de mujeres u hombres en las autorías).
Diez años después, un estudio realizado sobre las desigualdades de género en investigación en salud pública en España durante el periodo 2007-2014 detectaba signos de cierta mejoría en esta situación, aunque seguía existiendo una clara infrarrepresentación de las mujeres en posiciones de liderazgo científico y una segregación horizontal en cuanto a los roles asignados.
Por ejemplo, la participación como miembros de los comités científicos en los congresos de SESPAS era prácticamente paritaria en el periodo analizado, mientras que la presidencia de estos comités la ostentaron los hombres en todos los casos menos en uno.
Por el contrario, los roles asignados a las mujeres eran mayoritariamente la participación en los comités organizadores y en la moderación de mesas de comunicaciones y pósters; mientras que la participación en las ponencias y conferencias invitadas la seguían copando los varones.
La situación era aún peor en los Centros de Investigación Biomédica en Red (CIBER), exponentes de la excelencia científica en salud en España: en ninguno de los nueve centros existentes en 2014 había una mujer como directora científica. Actualmente solo uno de ellos, precisamente el Centro de Investigación en Salud Pública y Epidemiología (CIBERESP), está dirigido por una mujer, Marina Pollán.
María del Mar García Calvente. / Foto cedida por la investigadora
También existían brechas de género en la solicitud, concesión y financiación de proyectos de investigación en salud (convocatorias del Instituto de Salud Carlos III), incluidos los de salud pública y servicios de salud.
Las mujeres solicitaban menos proyectos como investigadoras principales que los hombres y los proyectos liderados por hombres tuvieron un 30% más de probabilidades de obtener financiación que los liderados por mujeres.
Se detectaba además que las diferencias entre la financiación solicitada y la concedida eran mayores para proyectos liderados por hombres, lo cual podría ser interpretado como un signo de menor ambición de las mujeres, pero también puede responder a una mejor adecuación de los recursos solicitados a las necesidades del proyecto.
Recientemente se han producido avances en pro de una mayor equidad, como la puesta en marcha de la Política para fomentar la igualdad de género en la publicación científica en la revista Gaceta Sanitaria (órgano oficial de SESPAS), o el desarrollo de una política de igualdad de oportunidades en la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). Sin embargo, estos avances son demasiado lentos y aún estamos lejos de alcanzar una situación igualitaria.
Se han identificado tres momentos críticos que condicionan la existencia de desigualdades de género en la carrera investigadora:
1) la elección de estudios, fuertemente marcada por estereotipos sexistas que sitúan a la profesión científica como una ocupación masculina (incluso en ámbitos muy feminizados como es el caso de la salud pública);
2) la ‘hora punta’, o estadio temprano de la carrera profesional, marcada por los conflictos entre demandas familiares y profesionales, que penalizan más a las mujeres; y
3) el avance en la carrera profesional hacia puestos de excelencia, donde persisten las desigualdades de género.
Mientras que la preocupación política ha ido cambiando desde el mayor reclutamiento de mujeres en ciencia hacia su retención y avance en la carrera profesional, la investigación sobre este tema ha evolucionado desde los mecanismos de socialización hacia los enfoques organizacionales, incluyendo las barreras y sesgos de género encubiertos en las prácticas institucionales.
Actualmente predominan enfoques más comprensivos hacia la equidad de género: el incremento de mujeres en ciencia no será posible sin una reestructuración de las organizaciones y la transversalización del análisis de género en la producción del conocimiento.
En definitiva, las desigualdades de género en la investigación en salud no tenderán a solucionarse solo con el paso del tiempo. Es necesario que la comunidad científica ponga en marcha acciones para eliminar las causas que las producen. Porque en salud y en investigación ‘todo el mundo tiene un papel que desempeñar’. Las mujeres también.
María Del Mar García Calvente es doctora en Medicina, especialista en Salud Pública. Trabaja como profesora en la Escuela Andaluza de Salud Pública, donde coordina el Diploma de Especialización en Género y Salud.