Vivimos en una sociedad tan tecnológica que no solemos percatamos de ello, pero algunos de los inventos que facilitan nuestro día a día son mucho más simples que el teléfono o el automóvil. Con motivo de su último libro, el periodista Tim Harford selecciona las 50 innovaciones que, según su criterio, cambiaron la sociedad para siempre, entre ellas, el gramófono, el papel y el arado.
El invento favorito del periodista británico Tim Harford es el papel. No solo porque como escritor y profesor en la Universidad de Oxford tiene una gran importancia en su rutina, sino porque representa algo muy importante para él: una innovación que subestimamos, pero que mejora nuestra calidad de vida a diario. El papel está en todas partes y lo usamos para todo.
Cuando comenzó a escribir su último libro, Cincuenta innovaciones que han cambiado el mundo –de la editorial Conecta– la gente sugería constantemente que debía incluir la imprenta de Gutenberg. Pero, en su opinión, sin material barato sobre el que imprimir la imprenta sería inútil.
La intención de Harford, autor de éxitos de ventas como El economista camuflado y La lógica oculta de la vida, es precisamente poner en valor los grandes avances de la humanidad, que por su simpleza suelen pasar desapercibidos, tal y como cuenta a SINC.
¿Qué es para usted una innovación?
Una innovación es cualquier cosa que es novedosa. Tendemos a pensar solo en lo más sofisticado o complejo, cosas que para nuestros abuelos habrían parecido mágicas. Pero en realidad, muchas innovaciones importantes son bastante simples. Como ejemplo de una innovación compleja, la píldora anticonceptiva cambió el modo en el que funciona el cuerpo humano. Por otro lado, el papel, el alambre de espino o el contenedor de mercancías fueron innovaciones muy importantes que no eran complejas.
¿Cuáles han sido los criterios de selección de los 50 avances que aparecen en su libro?
Que hubiese detrás una historia relevante que contar. Mi libro no es una lista de las tecnologías más importantes, en ese caso tendríamos internet, el ordenador, el coche, la máquina de vapor, etc. En su lugar, la pregunta que me hago es si analizando esa innovación o tecnología aprendemos algo sobre cómo funciona la economía global.
Por ejemplo, el gramófono no es tan desatacado como innovación, pero nos enseña una lección económica muy importante: con una nueva tecnología se puede cambiar por completo quién es rico y quién es pobre. De repente, y sin tener en cuenta las habilidades musicales, los artistas que aparecían en las grabaciones se convertían en millonarios, mientras que los que no lo hacían perdían su trabajo. La tecnología lo cambia todo.
Usted también habla de que las innovaciones también generan perdedores y ganadores
Los primeros perdedores fueron las tribus que no adoptaron la agricultura. Las que sí lo hicieron podían tener ejércitos más numerosos y mejor alimentados. Además, con el cultivo del grano empezaron a surgir los excedentes. Así apareció algo que se podía gravar con impuestos y se introdujo una jerarquía con gente en el poder que utilizaba recursos de unos pocos granjeros. Esto no podría darse en una sociedad cazadora-recolectora.
También cambiaron las relaciones de género. En una sociedad cazadora-recolectora todo el mundo se mueve y trabaja a la vez, pero en esa nueva sociedad agrícola el hombre es el que trabaja el campo y la mujer lo hace en casa. Es un gran cambio en cuanto a la organización de la sociedad.
¿Cree que en el futuro podríamos definir la pobreza como la falta de acceso ciertas tecnologías?
Una aproximación interesante es reflexionar sobre qué necesitas para participar en la sociedad. Esta idea ya viene recogida en escritores como Adam Smith, uno de los primeros economistas. Eres pobre si no te puedes permitir las cosas a las que la gente espera poder tener acceso.
¿Puedo permitirme una camisa? En tiempos de los romanos nadie tenía camisas, todo el mundo vestía togas y a nadie le daba vergüenza no tener una camisa. Ahora vestimos camisas y todo el mundo necesita tener una.
En una perspectiva más moderna, creo que es razonable decir que la gente espera tener un teléfono móvil cuando vive en un país europeo. Si no puede tenerlo, realmente está excluido. Si no tienes acceso a internet, hay muchas cosas que no puedes hacer que el resto de la gente sí puede, como estar conectado para participar en la sociedad. Aunque habrá quien diga: “En 1985 nadie tenía un teléfono movil”, la realidad es que las expectativas sociales cambian.
Tim Harford. / David Fernández - SINC
¿Cuáles son las áreas en las que hay que trabajar más para mejorar la sociedad?
Principalmente en medicina y energía. En el campo médico hemos conseguido tratar muchas enfermedades, extender la esperanza de vida y que la gente tenga mejor salud, pero sigue siendo muy caro y continúan existiendo dolencias que no podemos curar. También tenemos que trabajar más en el campo de los antibióticos, que cada vez son menos efectivos.
En cuanto a las energías, no podemos seguir emitiendo gases de efecto invernadero, pero lo hacemos. Necesitamos innovaciones que generen energía renovable, para manejar mejor el cambio climático.
¿Qué opina de la reducción general en el apoyo a la investigación básica?
Es un problema porque de la investigación básica surgen las ideas más disruptivas. Hoy en día no solo hay una falta de apoyo por parte de los los gobiernos. También vemos que las grandes compañías privadas hacen cada vez menos investigación básica.
Por ejemplo, grandes corporaciones como IBM. Estos tipos solían ganar premios Nobel con investigaciones como el del láser, la fibra óptica, los microchips, etc. La idea de que alguien en una empresa gane ahora un Nobel parece improbable. O a lo mejor le dan uno a Demis Hassabis por Google DeepMind, no lo sé.
¿Cual sería su sugerencia para incentivar innovaciones más disruptivas?
No sé cuál será la solución, pero puede que una idea que merezca la pena explorar sea usar dinero público para financiar premios a la innovación. Un ejemplo de esto fue cuando el gobierno británico puso precio a la solución del 'problema de la longitud' para aplicarlo en la navegación náutica. Se pensaba que este tema lo resolvería un astrónomo, pero acabo solucionándolo un relojero que construyó un reloj muy preciso.
También Napoleón prometió un premio similar para preservar la comida para sus ejércitos. En este caso, Nicolás Appert desarrolló una manera de tratar y sellar la comida mediante calor y ahora tenemos latas de comida, como respuesta a aquel premio. Quizás podría utilizarse esa misma idea para financiar avances en inteligencia artificial o energía.
¿Cuáles son los mayores desafíos a la hora de tratar de presentar principios abstractos de una forma atractiva?
Hay dos grandes retos. Uno es que la gente se resiste a la información si amenaza sus identidades políticas. Un ejemplo de esto es el debate sobre el cambio climático. Hay grupos de personas que no quieren tener en cuenta la ciencia, porque amenaza su visión del mundo y la visión política de quienes son. Los economistas también lidiamos con esto algunas veces.
Todo sobre lo que hablamos está en la arena política. Hablamos del comercio, de impuestos, de desigualdades, de inflación, de desempleo, etc. Todo es político. Por lo que siempre que intentas comunicar una idea económica, en algún lugar alguien va a encontrar una amenaza en esa idea.
Con mis libros también pasa esto. Siempre hay alguien criticándome desde la izquierda y desde la derecha, porque no les gustan las implicaciones políticas.
¿Y cómo se ‘baja’ esa abstracción a lo cotidiano?
El problema es que muchas de las ideas económicas son abstractas, no le ocurren a ninguna persona en concreto. Pasan a nuestro alrededor, son invisibles, son conexiones. Algo pasa aquí y algo cambia allá, pero no puedes ver cómo esas dos cosas están conectadas.
Es complicado, así que trato de encontrar algo específico que me ayude a comunicar esas ideas. Por ejemplo, mi primer libro, El Economista camuflado, empieza con una taza de café. A partir de ahí analizo el precio económico de producir el café, y las complejidades que conlleva.
Lo que ha hecho mi último libro tan divertido de escribir fue que al poner un ejemplo tras otro, puedes hablar de un principio económico abstracto en relación con personas reales, en un lugar real de la historia. Algo que la gente puede tocar, entender y ver en su vida cotidiana.
Algunos expertos hablan de la gran innovación de la organización blockchain, con aplicaciones prácticas como bitcoin. ¿Qué opina?
La pregunta es cómo de útil es realmente. Respecto a bitcoin, creo que es una extraña y pura especulación financiera. A lo mejor me equivoco, pero parece ser que mucha gente se ha interesado porque el precio sube y creen que pueden hacer dinero con ello. Ya hemos visto esto antes, con la burbuja de las puntocoms.
El verdadero asunto es si la tecnología blockchain es un avance o no. Lo que es interesante es que permite a la gente descentralizar mucho los registros, que pueden ser documentos legales, pruebas de compra, etc .Básicamente no se necesita ningún intermediario certificado. No necesitas un gobierno, un banco, o una red VISA que digan: ¡sí, esto ha pasado! Todo se hace en multitud. La cuestión es para qué lo necesitamos.
Creo que gran parte de su empuje ha sido la ideología política. A la gente le gusta la idea de un sistema descentralizado –a mi también– pero tenemos que ser realistas. El procesamiento de pago de bitcoin, es caro, confuso y lento. ¡Ni siquiera en las conferencias sobre esta divisa se puede pagar con bitcoin! Mientras que con VISA o MASTERCARD, es rápido y barato. Es más eficiente tener una compañía trabajando en medio de todo el proceso.
La pregunta es si podemos hacer blockchain más eficiente o hay casos donde, incluso aunque sea menos eficiente, la descentralización es importante por algún motivo.
En su libro, usted se muestra a favor de la renta básica universal ¿Cree que su es plausible implementación?
Creo que es alcanzable, además de ser una idea interesante. Actualmente, estamos en un extraño espacio político, donde tanto la izquierda como la derecha piensan que es una gran idea, pero no hablan de lo mismo.
Para la derecha, significa barrer la burocracia, quitar elementos del estado del bienestar y reemplazarlos con una simple transferencia monetaria a los ciudadanos. Y el gobierno acaba ahí. En cambio, para la izquierda se traduce en mantener los colegios, el sistema de sanidad pública, y añadir dinero extra encima de todo eso. Son visiones muy diferentes y necesitamos tener una conversación seria sobre lo que verdaderamente supondría.
Creo que hay muchas razones para apoyar la renta universal, pero quizás no tiene tanto que ver con un cambio tecnológico como con la simplicidad.
Quizás si los robots empiezan a eliminar puestos de trabajo en grandes cantidades –lo que aún no está ocurriendo– necesitaremos un sistema muy diferente del estado del bienestar y la renta universal quizás sea la solución. Pero no la necesitamos todavía en ese sentido.
¿Y cuáles serían los incentivos para innovar si todo el mundo tuviera sus necesidades cubiertas?
Eso no me preocupa. Creo que muchas de las personas innovadoras serían capaces de innovar más si cuentan con una red de seguridad. Si piensas en los pintores, necesitan algo de dinero para crear su arte, o los emprendedores para montar un negocio. Es mucho más fácil si tienes una pareja o unos padres que te apoyen, o un banco que te permita empezar.
Si no sabes cómo vas a hacer para comer, no puedes dejar tu trabajo y empezar con algo distinto. Por supuesto, hay personas que se dedicarían a fumar y a jugar a la PlayStation, pero ya es posible hacer eso durante 100 horas a la semana y aun así tener trabajo.
Me preocupa más el hecho de que supone mucho dinero y requeriría que el estado de bienestar se redujese o que aumentasen los impuestos. Creo que ambas posibilidades son desafiantes.
Sn embargo, no creo que afectara a la innovación. Si Rudolf Diesel hubiese tenido una renta básica quizás ahora tendríamos motores diésel que funcionasen con aceite de cacahuete. Este hombre se suicidó porque su invención no terminó de funcionar, quizás hubiese podido inventar algo más si hubiese disfrutado de una renta básica. Nunca lo sabremos.