La pobreza está vinculada a una peor salud, mayor índice de delitos y altos niveles de embarazos en adolescentes. El trabajo de Richard Wilkinson y Kate Pickett, que se sustenta en datos estadísticos, ha demostrado que una sociedad desigual es peor para todos, los que están en lo alto y en lo más bajo de la escala social, y que tiene profundos efectos en la salud psicosocial del conjunto de sus componentes.
Richard Wilkinson (Reino Unido, 1943) lleva más de 35 años estudiando el efecto de la desigualdad en la salud y en la sociedad en general. Pero desde la publicación en 2009 de su exitoso libro Desigualdad: Un Análisis de la Infelicidad Colectiva, coescrito con su compañera Kate Pickett, ambos se han convertido en mensajeros de los efectos transversales e inesperados que tiene la desigualdad en el conjunto de una sociedad, un tema que volvió a introducir en la agenda global, inspirando varios documentales como el recientemente estrenado en Inglaterra The Divide.
“La noción de que la desigualdad es corrosiva y divisoria existe desde antes de la Revolución Francesa, lo que ha cambiado es que ahora contamos con la evidencia. Podemos comparar sociedades más o menos desiguales y ver cómo impacta este factor en cada nivel de la jerarquía social”, explica a Sinc Wilkinson.
El investigador pone sobre la mesa una paradoja: en los países desarrollados la expectativa de vida no tiene ninguna relación con el producto nacional bruto de un país o los ingresos per cápita. Es decir, una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo, los países más ricos, como Noruega, y los más pobres, como Grecia, no muestran una diferencia en su esperanza de vida aunque el país nórdico sea más próspero que el mediterráneo.
Sin embargo, el paisaje cambia drásticamente en cada una de esas sociedades. ¿Por qué el ingreso no importa entre países sino dentro de los países? “Si miramos dentro de los países, vemos el efecto del estrato social y de las relaciones que se derivan de él. Una vez entendamos que estamos hablando de sentimientos de superioridad o inferioridad, tendremos la clave”, señala. En un mundo desigual, las relaciones humanas se vuelven más estresantes y violentas.
Wilkinson y Pickett tomaron los datos del Informe de Desarrollo Humano de la Organización de Naciones Unidas –los mismos que maneja el Banco Mundial– y compararon la diferencia en ingresos de los pertenecientes al grupo de los 20% más ricos con respecto al 20% más pobre. Comprobaron que en países más igualitarios, como Japón, Finlandia o Noruega, el estrato adinerado ganaba tres o cuatro veces más que el desfavorecido. En sociedades más desiguales, como Reino Unido, Portugal, Estados Unidos o Singapur, las diferencias se disparaban hasta siete, ocho y nueve veces o más. Y esto tiene consecuencias.
Todos se benefician de la igualdad
Así estudiaron índices como la esperanza de vida, el éxito en pruebas de matemáticas y en alfabetización, la mortalidad infantil, la tasa de homicidios, la proporción de la población en prisión, la obesidad, la tasa de embarazos adolescentes, los niveles de enfermedades mentales (incluidas las adicciones a drogas y alcohol) y la movilidad social.
“Los países más desiguales poseen peores tasas en todos estos indicadores. A medida que la desigualdad aumenta, además, los problemas afectan sorprendentemente al conjunto de la sociedad; es decir, en una sociedad más igualitaria es más posible que nuestros hijos tengan un mejor rendimiento escolar. En las más desiguales el bienestar infantil empeora a lo largo de toda la escala”, señala.
La igualdad beneficia a los más desfavorecidos de la sociedad, pero también a los privilegiados. “La salud de los ricos es también más frágil en una sociedad desigual”, señala. “En el caso de las enfermedades mentales, las sociedades más desiguales registran hasta tres veces más desórdenes mentales que las más igualitarias. Esto se debe a la desconfianza que genera la depresión”. Son efectos asociados a la ‘ansiedad del estatus’.
La inequidad afecta a la confianza en el vecino. En las sociedades más desiguales solo un 15% de la población siente que puede confiar en los demás, frente al 60 o 65% que opina lo mismo en sociedades igualitarias. “Esto alimenta la violencia. Cuanto mayor es la brecha de ingresos, más alta es la tasa de homicidio”, explica. En EE UU hay diez veces más homicidios que en Canadá.
“La gente está menos dispuesta a ayudar a los demás. Se construyen más barreras, se pasa de una sociedad cohesionada a otra donde se tiene miedo del otro”, explica Wilkinson. “La desigualdad provoca disfunción social generalizada: no empeoran uno o dos aspectos, sino la mayoría”, argumenta.
Desprecio y falta de respeto
Las diferencias materiales aumentan la distancia entre las clases de manera crucial: “En una sociedad en la que se percibe a algunas personas como extremadamente importantes mientras que otras no valen nada, se juzga por el estatus. Prestas más atención a lo que otros piensan de ti. Se fortalecen prejuicios como que los pobres son pobres porque son vagos y estúpidos; y los ricos son ricos porque son inteligentes y brillantes”, explica.
Para el investigador, la razón de que la violencia sea común en sociedades desiguales se debe a que las personas se sienten despreciadas. “Por supuesto, esta competición por el estatus desata el consumismo, agudiza el juicio social y despierta el temor a ser juzgado”.
Existe un efecto conocido en estudios sociológicos como ‘la amenaza del estereotipo’. A estudiantes blancos y negros en EE UU se les da un cuestionario. O no se les explica nada o se les informa de que es un test de inteligencia. Cuando ocurre lo segundo, los negros se sienten observados como menos inteligentes y obtienen resultados mucho peores que si responden a las mismas preguntas sin esa presión.
Lo mismo ocurre en India: los resultados difieren si se conoce o no a priori a qué casta pertenece cada uno. Y sucede con las mujeres. Hay diferencias notables en los resultados de los test si a los participantes se les pregunta por su género al principio o al final de un cuestionario, sobre todo en tareas que la sociedad considera tradicionalmente masculinas.
Clichés que bloquean mentes
Cualquier pequeño recordatorio de una situación en la que uno asume estar en posición inferior desata un estrés que influye en los resultados. Wilkinson y Pickett realizaron en sus estudios varios sets de repeticiones para medir la desigualdad entre varios países internacionales y entre los diferentes estados de EE UU. Todos ellos arrojaron idénticos resultados.
Se les ha criticado por seleccionar datos, “pero jamás elegimos ni filtramos información –se defiende Wilkinson–. Tenemos una norma absoluta: si nuestra fuente de información tiene datos de uno de los países que observamos, entonces se incluye en el análisis. Es nuestra fuente de información la que decide si esa información es fiable o no”.
Y señala también el problema de la causalidad. La correlación en sí misma no demuestra causalidad, pero si eliminamos la desigualdad, ¿cuál es la razón de que EE UU tenga la esperanza de vida más baja en los países desarrollados, más presos, más violencia, más embarazos de adolescentes y más problemas psiquiátricos? ¿Y por qué es justamente en esos parámetros donde los países escandinavos destacan?
Desconfianza en los políticos
Sus ideas se han expandido entre grupos de izquierda, pero también de derecha. “Incluso los que están interesados en preservar una democracia basada en la economía de mercado deberían interesarse por la equidad. La desigualdad puede ser extremadamente destructiva. No solo se trata de problemas de salud o sociales, la calidad de la democracia también se deteriora. La gente confía cada vez menos en los políticos”, explica Wilkinson en una entrada del blog de TED que acompaña a su charla.
“A veces el sistema político parece bloqueado en desacuerdos imposibles y es incapaz de tomar decisiones. Cuando hay más desigualdad, vota menos gente. Creo que la desconfianza en los políticos y el sentimiento de que ‘esta gente rica no tiene nada que ver conmigo’ han aumentado. La gente siente que los unos son tan malos como los otros”, concluye.
Sin embargo califica como sorprendente lo que ha ocurrido en Estados Unidos. “Es una paradoja extraordinaria que la gente a la que la desigualdad dejó fuera del sistema –aunque no fueron solo ellos los que votaron por Donald Trump, ya que en una sociedad tan desigual la gente en general se vuelve más antisocial– haya terminado con un gobierno de ‘superricos’. No ha habido nunca antes un ejecutivo tan multimillonario como este en el país”, señala, afirmando que no cree que esto solucione las cosas.
“La democracia no puede funcionar sin buena información, y por supuesto, las disputas sobre la información, la evidencia, y los hechos, son absolutamente esenciales en el conflicto que se está produciendo en EE UU”, añade.
“Estoy convencido de que en nuestra forma de democracia es muy peligroso la combinación de grandes desigualdades con medios de comunicación masivos controlados a menudo por unos pocos multimillonarios”, concluye.
Profesor emérito de Epidemiología Social de la Universidad de Nottingham, en el norte de Inglaterra, la vida de Wilkinson cambió radicalmente desde la publicación de su libro en 2009 con Kate Pickett, que, como él mismo ha definido, fue su último intento por sacar del mundo académico décadas de investigación sobre los efectos profundos de la desigualdad. A ello colaboró una charla TED que lo lanzó al estrellato de las ideas diferentes, esas que pueden cambiar la concepción del mundo que vivimos.
Desde entonces él y Pickett, la cara no tan visible del proyecto, fundaron una organización sin ánimo de lucro llamada The Equality Trust que se dedica a reducir la igualdad en el Reino Unido mediante la educación y la difusión de sus estudios. “Hacemos campaña para que se conozcan los estudios y las evidencias”.